Molaría que todos regalásemos libros

 




¿Sientes que eres una gota en el océano? ¿Que tus decisiones no tienen impacto? ¿Que los actos de una persona no significan nada porque se pierden entre los de tanta gente?

 

Te equivocas.

 

TODAS tus decisiones cuentan, incluso cuando no tomas una decisión estás decidiendo. Tus decisiones son votos. Todo el mundo está pendiente de tus votos. Desde los políticos, hasta los medios de comunicación, pasando por las tiendas, los bancos y tus compañeros de trabajo, pero sobre todo internet y las redes sociales te observan: qué te gusta, a qué dedicas más tiempo, a qué prestas atención. Te analizan para saber de ti, para mantenerte enganchada.

 

Te quieren, eres importante, eres su energía.

 

Tus decisiones hablan de ti, de quién eres, de tus gustos, de qué te emociona y qué te indigna.

 

Los regalos que haces también hablan de ti. ¿Qué quieres que estos digan? ¿Que estás de acuerdo con mostrar a las mujeres como reclamo publicitario? ¿Que te sumas a la tendencia sin pensar las consecuencias solo porque está de moda? 

 

O prefieres que tus regalos muestren que te paras a pensar, que invitas a recapacitar y a reflexionar, que no te dejas llevar por lo que otros dicen.

 

Sé que eliges tomar tus propias decisiones y averiguar por ti misma qué te gusta y que no. Tú ya estás de vuelta y has dejado de creer en todo lo que te dicen. Las mujeres ya no son tus rivales sino tu apoyo. Has aprendido a salirte de lo establecido, a buscar lo alternativo, lo que no se guía por las ventas, lo que te vibra a ti aunque otros opinen que está mal y que eso no es lo que se espera de ti.

 

¿Por qué se les está prohibiendo la educación a las mujeres afganas? ¿Cómo contrarrestar esa agresión? ¿Qué diría de ti que regalaras libros?

 

Mujeres, seamos más cultas, más instruidas, más preparadas ¿Cómo? Empecemos por leer, por leernos, por regalarnos.

 

Tus decisiones importan, lo que regalas también. Regala libertad. Regala libros.


Aquí tienes dos opciones:


Verano del 90 de Natalia Rosado


Libre de Mercedes Ruiz Ruiz



P.D.: La imagen es de Ylanite Koppers de Pedels

¿Podemos tachar a los grandes filósofos de machistas?

Imagen de morhamedufmg en Pixabay 

Ayer, investigando sobre feminismo y artículos feministas, me topé con uno (El artículo en cuestión) en el que se hablaba de que varios filósofos y pensadores actuales criticaban que en los libros de texto se etiquetara a filósofos como Platón y Aristóteles como machistas por sus opiniones sobre las mujeres. Alegaban que estos grandes filósofos pensaban así porque era otra época y todo el mundo tenía esa opinión sobre las mujeres.

Antes de Pitágoras todo el mundo pensaba que la tierra era plana y estaban completamente equivocados, 🌍 todo el mundo.

¿Cuál es el problema de que aquellos pensadores y teóricos estuvieran equivocados? Que cabe la posibilidad de que pierdan credibilidad. Si estaban equivocados en algunas de sus creencias, es posible que estuvieran equivocados en otros pensamientos y reflexiones. Creencias y teorías sobre las que hemos construido nuevas teorías y creencias y que nos han traído al pensamiento actual.

¿Y si las bases sobre las que se sostiene el pensamiento actual no fueran tan sólidas? ¿Y si las teorías y creencias estuvieran asentadas sobre axiomas erróneos e injustos en su base? Todas las corrientes de pensamiento actual se tambalearían. Igual que se agrieta y resquebraja una casa que no tiene los cimientos bien asentados y firmes. 

Continuando con el ejemplo de la casa. Si revisando los cimientos con una perspectiva distinta con la que se pensaron, diseñaron y realizaron esos pilares se descubre que hay una parte de ellos que no está bien hecha y no se sostiene, alegar que la época en la que se realizó esa parte de la obra todas las casas se hacían así y que no se pueden juzgar con criterios de hoy lo que se pensaba y creía en el pasado lo único a lo que nos lleva es a vivir en una casa que corre el peligro de derrumbarse.

¿Estoy diciendo que hay que tirar toda la casa y desechar lo bueno que puede tener la edificación? No. Estoy diciendo que hay partes de los cimientos que son firmes y sobre las que se puede construir y parte de los cimientos que hay que sanear, limpiar y sustituir lo que no es válido, lo que hoy sabemos que no está bien hecho, restaurar lo antiguo y reconstruir de manera armónica unos cimientos que sostengan firmemente la casa.

Esto se traduciría, en el caso de los filósofos, a admitir que su visión ante ciertos temas era sesgada y errónea.

Comprendo que afirmaciones de este calibre pueden llevar a desestabilizar, mientras se realizan las obras de reestructuración, a que la casa se sienta más débil e incluso a que los habitantes no se sientan seguros viviendo en ella. Estos inconvenientes son necesarios para que a largo plazo la casa sea perfectamente estable, firme, sólida y lo más importante de todo, habitable.

⚠🚨🚧 ESTAMOS REALIZANDO OBRAS PARA MEJORAR LA HABITABILIDAD DE SU HOGAR, DISCULPEN LAS MOLESTIAS ⚠🚨🚧

Y te preguntarás: Bueno y todo esto a qué viene ¿Por qué te interesa ahora el machismo de los antiguos filósofos?

Todo esto viene a colación porque he recibido una crítica sobre mi libro "Libre" en la que se me acusa de que juzgo el comportamiento de personas en otra época en base a criterios actuales.

Mi opinión es que no juzgo pero sí pongo de manifiesto ciertos comportamientos que estaban normalizados y no debería ser así.

Es importante para las mujeres que seamos conscientes de qué se nos ha contado y cómo eso nos ha afectado y nos sigue afectando.

Para ser libres es necesario tener información, ser conscientes.

¿Quieres saber qué he puesto en mi libro para recibir esa opinión?

Compra "Libre"

Y tú ¿Qué opinas?

Por qué escribí mi libro "Libre", por qué hago lo que hago

 


Lo importante de mi proyecto no es este libro, ni el anterior, ni el siguiente. Lo importante de todo esto y de que yo esté aquí es “por qué”.

 

Porqué he escrito este libro, porqué me ha dado por escribir, porqué me creé una marca de bolsos, porqué dejé mi trabajo fijo por cuenta ajena. Tranquilos no os voy a contar mi vida, bueno, sí, un poquito.

 

Hay una razón muy sencilla porque NO ENCAJO. No soy un ladrillo pulido y con aristas definidas que encaja perfectamente en la pared de ladrillos iguales todos perfectamente lisos y alineados.

 

Decía Rosa Luxemburgo que quien no se mueve no nota las cadenas. Yo no sé si me moví o no, pero desde luego las notaba y me apretaban, me asfixiaban, se cerraban siniestramente alrededor de mis muñecas, mis tobillos y mi cerebro. Tanto era así que se hizo insoportable, algo se rompió.

 

Todos los argumentos que me habían mantenido hasta aquel momento haciendo lo que hacía dejaron de servir. La presa había estallado, la rueda de ratón descarriló, se salió del eje.

 

Ya no iba a seguir las pautas de otros, ya no iba a seguir de manera sumisa sus mandatos. Había llegado el momento de liberar mi voz. Primero un susurro, después un poco más alto y después tan alto como para poder imprimirse y publicarse y darse a conocer al mundo entero.

 

Este libro que tengo entre mis manos es mi voz, desde mis entrañas gritando que por fin es libre.

 

Y por eso he tardado ocho meses en escribirlo, por eso he tenido que tirar más de cien páginas porque no eran fieles a mí. Por eso indagué e investigué sobre la guerra civil, sobre mis abuelos, su relación. Esto es un trabajo exhaustivo tanto externamente como internamente. Por eso he cambiado el final más de diez veces.

 

Puede que guste o que no, que se venda o que no, pero lo hice porque no creo en el sistema establecido. Este libro existe porque necesito ser libre y porque pienso que no nos lo permiten. No pienses, no opines, no rechistes, obedece.

 

Este libro es mi llamada a la rebeldía, a la sublevación, a poner tus normas, a poner por delante tus creencias, tu instinto.

 

Y ¿Cuál es la manera más democrática de llegar a todo el mundo? Internet, las redes sociales. Son un altavoz. Si mi libro inspirara a una sola mujer en el mundo ya habría cumplido su objetivo. Si consiguiera emocionar, ponerse en el lugar de Mary. Ya habría cumplido su papel.

 

Este libro ya ha cumplido su misión conmigo. ¿Cumplirá su misión contigo?




Me llamo Pablo Navarro

 





Sentimientos encontrados. Eso es lo que Mamen estaba experimentando. ¿Sabes eso

de un día cojo la puerta y me voy? Pues exactamente eso había hecho Mamen, abrió la

puerta, la dejó en su sitio y se marchó, como dice la canción. Entonces, por un lado,

sentía la liberación de salir de aquella encerrona, de aquel sinvivir, pero por otro,

quería a su marido y a sus hijos. Tal vez huir no fuera la solución, tal vez, tampoco era

esto lo que quería. Bueno, ya lo pensaría más tarde, en la playa, donde había cogido un

hotelito unos días para pensar y decidir qué iba a hacer con su vida. De momento,

cogería el avión.


Ay, qué agradable es esto de volar, sin prisas, sin expectativas, sin nadie a quien

atender, sólo escuchando tus propias necesidades, sólo tú, tus sensaciones, tus

sentimientos, tus decisiones y al otro lado, el resto del mundo. Entregó la tarjeta de

embarque y la señorita le sonrió, Mamen le devolvió la sonrisa, qué agradable. 17F,

Mamen había elegido ventanilla. No volaba muy a menudo y le encantaba verlo todo,

desde el despegue, hasta el aterrizaje, las nubes, las casitas minúsculas con sus

piscinas azules, los lagos y ríos y por supuesto, el mar. Le daba calma, una sensación

intensa de libertad, de posibilidades, de vivir el presente, de estar aquí y ahora, sí,

como en la meditación.


Al poco se sentó a su lado un chico, unos diez años más joven que ella, habría

resultado atractivo si no llevara reflejado en la cara un sentimiento puro de dolor. A

Mamen le extrañó, pero bastante tenía ella con lo suyo, abandono del hogar, sí,

definitivamente no se iba a llevar el premio a la mejor madre del mundo.

El vuelo no se retrasó ni un segundo. Los motores se pusieron en marcha y la

tripulación de cabina de pasajeros interpretó la tradicional explicación de salvamento,

aunque acompañados de las imágenes de un monitor. A Mamen le entristeció pensar

que aquel rito tenía los días contados.

Su compañero se agitaba en el asiento, estaba como ansioso, sin embargo, cada vez

que se acercaba alguien de la tripulación se quedaba inmóvil cual estatua. Mamen se

disponía a analizar a su vecino para determinar cómo de peligroso podía ser cuando el

juego de unos niños tres filas delante captó su atención.

El avión iba medio vacío, era la ventaja de viajar a deshoras y entre semana, pero por

estas casualidades de la vida un padre viajaba solo con tres niños, dos chicos y una

chica de edades aproximadas a los suyos. Mamen sintió una punzada en el corazón,

sus niños. ¿Qué había hecho? Seguro que perdía la custodia, estaba claro que no

pensaba irse al otro lado del mundo y no volver a verles. Solo necesitaba unos días,

pensar en ella, en cómo salir de ese agobio diario y absorbente que no te atonta hasta

el punto de no ser capaz de regir, de tomar decisiones inteligentes. Salir de su casa

había sido un impulso, ahora las riendas las tenía que tomar el cerebro.

––Buenos días, les habla el comandante Pablo Navarro y les doy la bienvenida al vuelo

Madrid...––Mamen observó cómo el chico de al lado se puso rígido en cuanto sonó la

voz del piloto y vio su cara enrojecer hasta las orejas cuando este dijo su nombre, sin

embargo, en contra de todo pronóstico, una siniestra sonrisilla asomó a sus labios y

sus ojos brillaron helando la sangre de Mamen que descarada le miraba atónita.

La preocupación por sus dramas familiares pasó a segundo plano y se centró en su

impuesto compañero de viaje. Se mantenía nervioso pero sazonado por una alegría

alarmante ¿Cuál era la gracia de que Pablo Navarro fuera su comandante? Porque el

chico había experimentado un cambio desde que había oído ese nombre. Ella no le

quitaba ojo y cada vez que pasaba alguien de la tripulación Mamen escudriñaba

ansiosa sus caras buscando alguna señal que denotara que ellos también veían algo

raro en este pasajero. Pero no, todos sonreían al pasar y nada más. Normal por otro

lado, porque justo en esos momentos, el tipo se quedaba quieto simulando leer la

revista de la compañía aérea.

Lo que supuso el colmo para Mamen fue que el susodicho empezó a mirar alrededor,

como buscando, y comenzó a echar miradas discretas hacia ella. Esto, por supuesto,

dificultó el escrutinio que ella le practicaba a él. Pensó en ir a hablar con los de la

tripulación, pero ¿Qué les iba a decir? ¿Que su vecino de asiento era más raro que un

perro verde? Anda que no había gente rara por el mundo y eso no significaba que

fueran peligrosos ¿Por qué pensaba ella que él podía causar algún daño? Ah, pues,

mmm, en realidad... ¿Porque estaba nervioso? Eso es bastante normal, sobre todo en

un avión. ¿Porque había sonreído al oír el nombre del comandante? Eso podía ser por

cualquier asociación caprichosa de su cerebro. No, desde luego no eran razones de

peso para determinar que él era peligroso y había que hacer algo al respecto. Además,

con todo el control que hay ahora, era imposible subir ningún arma a bordo. Estos

pensamientos calmaron a Mamen que volvió a su pesadilla particular. ¿Pero qué había

hecho? Abandonar a sus hijos. ¿Qué tipo de madre hace eso? La que se encuentra al

borde del abismo, la que no se siente capaz de soportar la situación durante más

tiempo sin tomar medidas drásticas, muchas de ellas violentas. Sí, lo mejor para todos,

era alejarse. Pero al menos podía haber dejado una nota, un aviso. Nada. Estarían

todos histéricos llamándola. Mira, esa era una de las ventajas de tener que poner el

móvil en modo avión. Ojalá durara el vuelo dos o tres días y no las dos horas y media

que estaban programadas. Que se parara el tiempo para los demás, pero no para ella,

que quedara en suspenso.

Su vecino cogió su bolsa de mano y se levantó para ir al baño, constató Mamen. Y ella

volvió a sus elucubraciones, antes de que se diera cuenta el rarito estaba de vuelta.

Menos mal que había cogido ventanilla y no tenía que andar levantándose como su

compañera de fila que estaba en el pasillo. De pronto la chica gritó histérica y él la

tenía abrazada desde atrás y la empujaba pasillo adelante. Los del otro lado de la

cabina gritaban «¡Le ha clavado una jeringa en el cuello!» Mamen pensó, si ella no

podía ver la aguja es que la había introducido en su lado izquierdo, vena yugular,

directa al corazón, mal asunto. Se asomó al pasillo y vio al pirado parapetándose tras la

chica, que estaba pálida. Él sujetaba la jeringa. Está hablando con la tripulación.

Mamen interceptó a una azafata que rezagada avanzaba por el pasillo hacia el punto

del conflicto.

––Soy psiquiatra. Con las restricciones que hay no puede haber inyectado nada que le

provoque la muerte inmediata. Debe ser un farol. Por favor, déjeme hablar con él, tal

vez pueda ayudar.

––Tranquila, espere aquí. Si la necesitamos vendremos a buscarla. ¡Por favor,

manténganse en sus asientos! Estamos controlando la situación. No se preocupen,

todo saldrá bien.

Mamen vio como al llegar hablaba con una compañera y ambas se volvían hacia ella.

Agachó la cabeza sintiendo un poco de vergüenza. Lo había dicho sin pensar. Siempre

tan impulsiva. Sí, estudió psiquiatría, pero nunca había ejercido, se casó pronto

después de terminar y toda su carrera profesional, de mierda, había girado en torno a

los recursos humanos. El síndrome de la impostora palpitaba fuerte. Pero a ver ¿Acaso

no tenía los conocimientos? Se sacó la carrera y la especialidad con relativa facilidad.

¿Se sentía capaz de ayudar? Sí ¿Aunque no fuera capaz de controlar el caos de su casa?

Sí, no es lo mismo tratar los problemas de los demás en los de uno mismo. A ella

siempre le había costado relativizar, poner distancia a sus conflictos. Estaba segura de

que no había nada en aquella aguja que fuera letal para la chica.

Volvió la atención al pirado que ahora gritaba que quería ver al comandante

llamándole por su nombre. Este no se había pronunciado por la megafonía y la puerta

se mantenía cerrada. Mamen supuso que el protocolo implicaría aterrizar en el

aeropuerto más cercano.

La chica volvió a gritar, su secuestrador acababa de inyectar lo que fuera que llevaba

en la jeringa. La sacó hábilmente, la abrió y volvió a atravesarle la piel. Con una

destreza y una pericia propias de alguien muy acostumbrado a las agujas.

Los auxiliares de vuelo palidecieron, cuchichearon algo, la miraron y la mayor se dirigió

hacía Mamen.

––Soy la sobrecargo Carmen Lago, me ha dicho mi compañera que es usted psiquiatra

y que tal vez pueda ayudarnos.

––Sí, mi nombre es Mamen y no creo que le haya inyectado nada mortal.

––Aire ¿En qué cantidad es mortal?

––A partir de 50 cm3. Esa jeringa..., desde aquí no la veo bien pero como mucho debe

ser de 10.

––Eso ha dicho, que si no le hacemos caso va a ir inyectándole aire hasta que se

muera.

––¿Y qué es lo que pide?

––Hablar con el comandante, que cambie el rumbo y aterrice en el aeropuerto de

Albacete.

––¿Y no quiere dinero ni hablar con la prensa?

––No, dice que no nos quiere hacer daño, ni a la chica tampoco, pero está obsesionado

con hablar con Pablo.

––Vale, por como maneja la jeringa debe tener algún conocimiento en medicina y

desde luego tiene práctica. Nuestro objetivo es que suelte a la chica, para ello es

probable que tengamos que hacer alguna concesión. ¿Qué dice el protocolo respecto a

que el comandante salga de la cabina de vuelo?

––Descartado. Pero sí se puede comunicar con él por el interfono.

––Vale, esperemos que eso le sirva.

Juntas se acercaron al desquiciado.

––Hola, soy Mamen ¿Cómo te llamas?

––¡Quiero hablar con el comandante y con nadie más! O me cargo a esta infeliz.

––Soy psiquiatra, tal vez pueda ayudarte ¿Cómo te llamas?

––¡Ja! Una loquera, vas lista. ¡¡Quiero hablar con Pablo!! ––Y acto seguido le inyectó la

segunda dosis de aire a su presa, quien gritó despavorida.

––Mira, yo puedo conseguir que hables con el comandante, pero necesito, para

empezar, que me digas cómo te llamas.

––Me llamo Pablo Navarro ¿Te suena?

Mamen continuó impertérrita.

––Hola Pablo, como te he dicho antes me llamo Mamen, estaba sentada a tu lado.

––Sí, Mamen, tú también tienes que estar jodida. Llevas todo el vuelo con lágrimas en

los ojos.

––Sí, tengo mis mierdas, pero ahora lo importante eres tú. Ya te he dicho que puedo

conseguir que hables con el comandante, aunque vamos a necesitar que pongas algo

de tu parte ¿Vale?

––A ver...

––Necesitamos que sueltes la jeringa.

––...bueno... ¡Pero ella se queda conmigo!

––Estoy de acuerdo. Ahora despacio, sácale la aguja y entrégamela.

Sin dejar de mirarse a los ojos, intercambiaron el objeto.

––Soy médico, Mamen, sé exactamente qué movimiento tengo que hacer para

romperle el cuello.

––Tiene que ser muy importante lo que tienes que hablar con el comandante para

saltarte a la torera el código deontológico que juraste al terminar la carrera.

––Estoy salvando una vida. Ya he dejado la aguja, ahora ponme al habla con Pablo.

Mamen miró a Carmen y asintió. Carmen cogió un auricular que tenía al lado de su

cabeza e informó al piloto que un pasajero quería hablar con él.

––Hola, soy el comandante Pablo Navarro ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

––Aquí Pablo Navarro.

––Vaya, qué casualidad que te llames como yo.

––Casualidad ninguna. Tu futura mujer, con la que pensabas casarte esta tarde en

Fuerteventura, tiene debilidad por este nombre. Habrá que preguntarle a su psiquiatra

por qué ––Pablo miró a Mamen ––. El caso es que tu querida Lucía está loca. Lo que yo

quiero es evitar que cometas el mortal error de casarte con ella. Sé por experiencia

que intentará matarte.

––¿Alguien que se ha subido a un avión, ha cogido como rehén a una desconocida y ha

amenazado con matarla con aire para que el avión aterrice en Albacete me dice que mi

novia está loca? ¿De verdad pensabas que con esta acción te iba a creer o acceder a

tus peticiones?

––Sé que el protocolo es que en cuanto hay un problema en el avión se aterrice en el

aeropuerto más cercano, si es posible. Sólo con eso ya he conseguido que no te cases

hoy. Y lo segundo, voy a sembrar en ti la sospecha, tú mente hará lo demás ––volvió a

mirar a Mamen ––.

––Pero tú vas a ir a la cárcel.

––¿Qué más me da? Yo ya estoy muerto ¿No te lo ha dicho ella?

––Bueno, Lucía me dijo que su ex murió y aunque compartíamos el apellido, una

macabra coincidencia, el otro se llamaba Pedro.

––Primera mentira. Me llamo Pablo, pero es verdad que ella piensa que me mató. Lo

que no sabe es que mis conocimientos de medicina me salvaron. Las secuelas que me

dejó me han permitido meter la jeringuilla hoy en el avión. ¡Qué irónica es la vida! ¿No

te parece?

En ese momento, a una señal de Mamen, la chica apresada se flexionó sobre su

estómago en un violento movimiento llevando a Pablo a inclinarse hacia delante.

Posición que aprovechó uno de los pasajeros de primera clase para propiciarle un

puñetazo en la cabeza que le hizo soltar a su prisionera. Un segundo puñetazo le dejó

en el suelo inconsciente.

Todos los que estaban en el avión estuvieron de acuerdo en intentar llegar a destino.

Tenían suficiente combustible y una boda que celebrar.

Mamen llegó a su casa de vuelta y bueno, como ella se había ido por la mañana y

todos habían llegado a casa por la tarde, acababan de empezar a notar su ausencia.

Toda preocupación se les pasó en cuanto vieron a su madre entrar por la puerta.

Por su parte, a Mamen le había quedado claro cuales eran sus prioridades. Sí, la familia

era importante pero como te dicen en los aviones: si le pones el oxígeno primero al

niño y tú te quedas sin aire no va a haber nadie que cuide del menor. La mascarilla te

la tienes que poner tú la primera. Ella tenía que estar bien para poder cuidar de su

familia. Iba a ir a terapia e iba a cambiar de trabajo, había mucha gente que necesitaba

una psiquiatra.

––¡Mira mamá, sales en la tele!

––...el intento de secuestro del avión se ha resuelto felizmente. Y tanto pasajeros

como tripulación estuvieron de acuerdo en aterrizar en destino para que el

comandante pudiera llegar a tiempo a su propia boda, aunque al final, esta no ha

llegado a celebrarse. Parece ser que el novio, en el último momento, se ha echado

atrás. Hoy, en Sálvame analizaremos los pormenores de esta malograda boda.


Imagen: De Johannes Kirchherr en Pixabay

Amor idiota


 

No suelo frecuentar los mercados, no me gustan. Me parecen sitios inhóspitos donde

huele a pescado y hace frío. Tengo recuerdos vagos de distintos mercados y ninguno

agradable. Tampoco traumáticos. Ir a la compra, en general, no me gusta.


Esto era así hasta hace unos años cuando a alguna mente lúcida se le ocurrió convertir

ese espacio desangelado en un lugar acogedor y entrañable. En España si no estas

comiendo o bebiendo o ambas cosas no estás disfrutando, así que con poner unos

cuantos locales donde paladear delicatesen, una manita de decoración de interiores y

cuidar el tema olfativo, la cosa tenía muchas papeletas de éxito. Aunque para seguir

llamándolo mercado hay que vender viandas y tener horario de comercio de barrio,

esto dificulta la parte social que se practica a deshoras.


Imaginemos... Un mercado cochambroso, de los de antes, con olor a mar, un niño y un

papá joven. El pequeño, inexperto en esto de la compra y, por tanto, todavía

ilusionado con la idea, echa mano a una maravillosa manzana, brillante, roja, de las del

cuento de Blancanieves que le grita “¡Cógeme!”. El infante, ajeno a las consecuencias,

ejecuta la tracción. Como el resto del planeta anticipamos, las manzanas se

desparraman. Veo al tendero acordándose del papá, de la mamá y de todos los

muertos del infeliz crío.


Y esta historia no da para más. Me tendré que inventar algo más interesante. Pero es

que ni las manzanas, ni los sitios donde puede haber cinco manzanas con posibilidad

de caerse véase, mercados, mercadillos, cocinas, puestos callejeros, me llaman en

absoluto la atención.


A mí me interesan las historias sobre gente. Ella compra manzanas, las lleva en un

cesto, él tropieza con ella, las manzanas caen. ¿Puede haber en la vida algo más cliché?

A ver, otro intento. Él compra las manzanas, ella tropieza, aburridííísimo. Venga,

Merche, piensa… Manzanas, cinco, que ruedan. Veo un molino de agua ¿Por qué? Ni

idea. Un molino de agua, fresquita, de un arroyo ni demasiado grande ni esmirriado.

Cuidado, que te vas al estereotipo. Piensa un poco más ¿Quién hay junto al molino de

agua? ¿Para qué se utiliza un molino de agua? Para sacar agua para los campos, para

mover una rueda que muela... trigo. También puede haber un reparador de molinos o

un constructor. Sí, uno que está pendiente de que el molino funcione. Es joven, pero

no demasiado, y fuerte. Mover un molino no debe ser fácil ni ligero. Y guapo, porque

me apetece. Aunque eso también está visto, pasémoslo por alto a ver si sale algo

potable.


Todavía me faltan las manzanas y con quién se va a relacionar el guaperas. Una chica,

común, un niño, aburrido, un psicópata asesino, espeluznante, una psicópata asesina,

ya es mala suerte, una chica vestida de chico, trillado. Ya lo tengo, está visto, pero

menos, un anciano. Un anciano que no es lo que parece, o sí. Le va a decir “ve a

comprar pan al medio día”. Vale, tenemos al macizo medio inconsciente en la orilla del

arrollo y un viejo que le habla. El chico despierta con mucha gente a su alrededor

porque le ha dado un vahído, nadie tiene claro qué ha pasado. Suponen que uno de los

cubos le ha dado un trastazo, lo raro es que no se haya ahogado. Habrá sido el anciano

(que no está y nadie ha visto) quien le ha sacado del apuro. Raro, raro.

Nuestro amigo se queda desorientado, nunca le había pasado. Al día siguiente, de

vuelta al molino que se engancha y el bello no encuentra explicación. Otro trastazo y

de nuevo el anciano:

––Espabila, chaval. Compra pan. YA ––La segunda vez sienta peor. «¿Pero qué mierdas

está pasando?». Con un fuerte dolor de cabeza y un humor de perros pasa el día.

Tercera jornada, se calza un sombrero, coge sus herramientas y allí que se planta. El

arroyo, el molino y zas, el trastazo. Otra vez en la orilla. Pero para sorpresa del

anciano, el desmayado le agarra del pescuezo y no le suelta. Al vejete le da la tos y se

le cae la barba. Nuestro lindo protagonista oye risitas y a alguien huyendo, no importa,

se centra en su presa.

––Y ahora, enano, me vas a decir quién eres, a qué juegas y por qué conmigo ––. El

anciano imberbe, que ha resultado ser un crio de unos once años, canta hasta La

Traviata.

Resulta que la Julia, hermana del Paquito, el hijo del panadero, está loquita por

nuestro guaperas y a la vista de que este no sabe ni que existe, se pasa llorando por los

rincones el día y sollozando las noches. Este hecho no deja dormir, ni estudiar ni comer

tranquilo al Paquito que se ha hartado y se ha compinchado con sus colegas para ver si

el hermoso reaccionaba y se fijaba en su hermana que, según dice todo el mundo, está

de muy buen ver, es buena muchacha y muy limpia.

––Entonces ¿Qué? ¿Te gusta la Julia o no? ¿Pero sabes quién te digo? ––El arreglador

de molinos se quita el sombrero, que ocultaba el casquete metálico que hoy evitó el

desmayo de los días pretéritos, y se rasca la preciosa cabeza. «Julia…, Julia...». Pero si

él sólo tenía ojos para Bernarda, del pueblo de al lado que, por supuesto, no tenía ni

idea de que nuestro adonis existiera.

A Paquito y compañía les cayó una buena. Nuestro protagonista fue a comprar pan al

medio día. Julia, al verle entrar, tiró la carga del delantal y rodaron cinco manzanas, ni

cuatro ni seis, cinco y se puso colorada como las mismas. Departieron. A Julia dejó de

gustarle porque de cerca no era tan mono. Las calabazas también ayudaron.

El bonito habló con Julia, pero ni se acercó a parlar con Bernarda, al menos de

momento. Tal vez esperara a que sus hermanos le tiraran un par de piedras.

En fin, todo un despropósito del amor idiota, tú por él y el por otra.


Imagen: Ludovic Charlet "Mercado del sur" en Pixabay

Back to black

 



Puto sistema de mierda que si intentas salirte extiende sus tentáculos pegajosos y lascivos para que no tengas escapatoria. Ni conmigo ni sin mí.

 

Gotas de lluvia caen sobre mí, grito al cielo, mis lágrimas se mezclan con el derrame de las nubes. Me siento rota, back to black, tocando fondo. Me revelo ante las normas, las miradas críticas, las empresas rígidas y burocráticas antinatura.

 

Sé que saldré de esta o no porque el final es el mismo, criar amapolas. Puede que antes acabe en pedazos, trocitos de vida estallando contra el suelo. Solo espero no hacer daño en esta dolorosa transición.

 

Gato panza arriba es lo que soy. No, no quiero y a la vez sé que no tengo escapatoria. Puto sistema enfermizo. GRACIAS.


Imagen: Fotograma video "Back to black" de Amy Winehouse

Marcus Lulius Octavianus Magno

 



La naturaleza, ya lo decía Baloo en El libro de la selva “Más vital, no más, mamá naturaleza te lo da”, otorga.

Pero cuando los humanos se alejan de esa concesión comienza la necesidad y dependencia del dinero. Dinero para comer, dinero para vestir, dinero para una casa y, sin apreciarlo, se difumina la delgada línea entre lo estrictamente necesario y… la ambición.

Marcus Lulius Octavianus Magno, lo había logrado, el éxito social, me refiero. De una familia humilde había sido capaz de destacar en una carrera militar que le llevó a ser respetado como político. Pero siempre hubo una batalla más épica por ganar, un objetivo político mas elevado por alcanzar, una posición social mas admirable que conquistar, nunca fue suficiente. Entre la inercia de lo que se esperaba de él, o lo que él mismo se exigía, las expectativas de su familia, lo que era socialmente aplaudido y la obsesión por huir de su modesto nacimiento, llegó a escalar puestos y a ganar dinero, incluso más de lo que él habría concebido en una primera juventud.

Sin embargo ¿Qué había de sus sentimientos, de sus íntimos anhelos? ¿Dónde quedaba la contemplación del basto mar arrullado por su sonido envolvente de olas susurrantes llamándole por su nombre para que volviera a casa? Porque a solas, en la playa, reconocía un hogar que no descansaba sobre tierra firme.

El éxito y el dinero reconfortaban, pero a un nivel superficial, un leve tacto sobre la piel, una ligera brisa acariciando apenas el vello, unas llamas frías que no calentaban. Y cuanto más actuaba ese papel que él mismo había creado y decidido, más gélidas eran las noches, más pétreo el roce.

Hasta que llegó un momento en el que se hizo difícil respirar, moverse, mantener la compostura. Ya no había alegría en los logros, ni entusiasmo en las victorias, los manjares dejaron de ser exquisitos, porque algo profundo e íntimo clamaba por salir a la superficie, por ser escuchado.

Pero si Marcus atendía esa desazón significaría el fin de su vida actual, fría, asfixiante, pero segura, cómoda y conocida. El miedo, la duda, el conflicto interno le cogían de la mano ¿Mantenerse o virar? Tal vez ya era demasiado tarde, una grieta en una presa que sería tarde o temprano avalancha. Y entonces el caos, la desorientación ¿Sería capaz de salir airoso? El estatu quo era caduco y después… el abismo, la caída libre, el salto al vacío ¿Hacia dónde? A casa ¿Qué casa? ¿Quién era? No lo sabía. Sólo sentía que no era eso, lo que ya le resultaba suficientemente devastador.


Héroes y villanos. Reto de mayo de Trucos de Pluma


 Se sentía prisionera de su trabajo, ahogada en un naufragio del que no conseguía escapar. Necesitaba alejarse. Se iría a la casa de campo, superaría su miedo a las noches aislada en aquella casa solitaria.

 

Había el tráfico perfecto para hacer amena la conducción. A la hora de viaje notó que en ese baile coreografiado un coche permanecía constante. Era un BMW Serie 1 gris, recién sacado del concesionario. Inés forzó que le adelantara para poder fijarse. Un solo ocupante, moreno, pelo corto, aproximadamente de su edad, no consiguió verle la cara, sus ojos en el espejo retrovisor la miraban sonrientes. Entonces él aminoró la marcha y ella, manteniendo la velocidad, le adelantó. Era guapo, ligeramente más joven que ella. La sonrió al pasar.

 

Se sintió halagada pero alerta. Miró la batería del móvil 87% de carga, suficiente para cualquier emergencia. Lo más sensato sería deshacerse de él, demasiado loco suelto por ahí.

 

De nuevo cambió la velocidad para que él adelantara, una vez detrás se salió en una vía de servicio sin permitir al BMW tiempo para reaccionar. Esperó unos quince minutos y reanudó la marcha.

 

Al rato vio por el espejo retrovisor tres coches que se acercaban velozmente. Qué imprudentes, pensó. El primero la rebasó, pero algo llamó su atención, frenó y se posicionó delante de ella. A su lado, el segundo coche se quedó custodiándola y el tercero, colocado detrás, la acosaba amenazadoramente. Joder, estos sí que están perturbados y no el del BMW. ¿Qué querrían de ella, atemorizarla, provocarle un accidente, violarla? Su pulso se aceleró, su estómago se cerró y las manos comenzaron a sudarle. Calma, se dijo, veamos qué pasa.

 

De pronto apareció el BMW gris. Se puso detrás del que estaba a la izquierda de Inés y empezó a darle toquecitos por detrás. El conductor se puso frenético, aminoró para encargarse del incordio. Ella al ver hueco aprovechó para adelantar y aceleró a fondo. Los tres coches se quedaron con el BMW. Inés aliviada y agradecida se preocupó por su salvador. El potencial friki se acababa de convertir en su ídolo. Al llegar a su salida dejó la nacional. 

 

Era de noche cuando llegó a la casa, nadie alrededor, solo el sonido de la naturaleza viva. De madrugada, escuchó acercarse un coche. Qué raro, pensó. Se asomó al ventanal del salón y vio el BMW Serie 1 gris. El conductor la miraba sonriente.

La procesión del silencio


 Conduzco por la carretera mi querido Golf de 20 años, al que adoro y que me invita a abrir las ventanillas porque el aire acondicionado pasó a mejor vida. Vida de la que podría regresar con un peaje de unos 1000€, más que el valor económico del propio coche, que no el sentimental, por supuesto.

 

Hay mucho tráfico, un collar abierto con cuentas de camiones en hilera infinita.

Adelanto uno cuya carga es una máquina excavadora y oigo sus cadenas.

Algo sutil, fugaz se despierta en mí, efímero y lejano. Cadenas. Un sonido que me transporta brevemente.

 

Mi atención vuelve a la carretera, a ese Mercedes prepotente que se ha acercado vertiginosamente y amenaza con darme un amargo beso si no termino mi adelantamiento sometiéndome a su imperativo estrés.

 

Más camiones y más abusones pulverizando límites, proyectando su furia interna, un ego alienado sobre los que o no tienen tal desazón o se desahogan en otros entornos.

 

Respiro, ahora no hay “fitipaldis” en la costa, otro camión que adelantar. Y de nuevo ese sonido, cadenas. Ahora el viaje se prolonga.

 

Semana Santa, 20 años atrás, un pueblo de La Mancha. Una de la madrugada. La procesión del silencio o tal vez la procesión de las cadenas.

 

El respeto mudo cubría la noche únicamente interrumpido por el sonido de las culpas arrastrándose. Cadenas de tractor asidas a tozudos tobillos. Penas, cargas del alma, íntimo sufrimiento expuesto sin mostrarse.

 

¿Quiénes eran aquellos torturados espíritus? ¿Cuáles eran esas faltas dignas de tal castigo?

 

Padecimiento en estado puro fundiendo metalúrgicamente remordimiento y dolor. La calle abarrotada pero sólo se oían las cadenas avanzando en su cruel penitencia. Éramos absortos testigos de la herida humana, morbosos espectadores del anónimo sufrimiento ajeno.

 

Sigo pensando que aquellos merecedores de tal tormento jamás habrían mostrado ese arrepentimiento que se doblegaba delante de mí, ni el más mínimo interés por limpiar su alma, ni la culpa por ser causa del sufrimiento ajeno.

 

Tal vez me equivoque, pero creo que las cargas de esos corazones no igualaban al tamaño de las cadenas a las que se rendían. Que, si tal hubiera sido el pecado, esas oscuras entrañas nunca habrían tolerado la sumisión al acero rasgando su expuesta y frágil piel. Mostrando con su resistencia un patológico superego.

 

Pero hoy estoy aquí, en la carretera y hace sol y me siento agradecida porque, aunque mi mente me juegue a veces malas pasadas, hasta ahora no he sentido merecer semejante sufrimiento.

¿Será, tal vez que es mi alma tan oscura como el silencio nocturno y por tanto impasible ante el daño perpetrado?

La cueva


 

Marta confiaba ciegamente en las habilidades de Íñigo dentro de la cueva, pero estas no sirvieron para nada ante el escenario que contemplaban.

 

Habían llegado al final de la gruta, no se podía avanzar más, pero lo que encontraron no fue solamente agua y roca. En las entrañas de la caverna había dos cadáveres, una pareja de buzos. Sólo quedaban los esqueletos. Una estalactita les había atravesado a los dos, fijando un último abrazo y causándoles una muerte instantánea. Sorprendentemente sus equipos permanecían intactos, listos para ser utilizados de inmediato.

 

Tanto Íñigo como Marta desearon salir de allí inmediatamente, sentir el sol de nuevo en la piel y volver a respirar aire fresco. Comenzaron a deshacer sus pasos para alcanzar la salida con premura.

 

Ya divisaban el exterior. Se oía el canto de los pájaros, resplandecía el verdor de la vegetación y los cálidos rayos de sol acariciando la tarde. La luminosidad que se adentraba creaba un ambiente acogedor. El aire era más limpio y ligero. 

 

Escucharon un ruido terrorífico, un estremecedor crujido que provenía del núcleo de la tierra y les envolvía amenazadoramente, en ese momento todo a su alrededor empezó a temblar. El pulso de Marta se aceleró e instintivamente se estrechó contra Íñigo, lo que le recordó el macabro abrazo de los submarinistas.

 

Justo a tiempo, Íñigo la cogió en volandas y la retiró del lugar exacto dónde acababa de clavarse una afilada estalactita. Sus miradas se dirigieron al techo para descubrir un campo sembrado de amenazantes lanzas calcáreas cual siniestra cama de faquir. En ese panorama espeluznante, era evidente el destino de aquellas picas asesinas que en siniestra caída se clavaban con perversa y perfecta agudeza. Automáticamente buscaron la aparente seguridad de la deslizante pared. Sin embargo, entre la lluvia de estalactitas una clavó la ropa de Íñigo, haciéndoles caer, tironearon desesperadamente sin éxito. Otra de las lanzas amenazó a Marta, quien con un inverosímil giro acrobático evitó el aplastamiento y la proyectó hacia la de Íñigo liberándole. La pared, a escasos metros, se tornaba inalcanzable bajo aquel bombardeo.

 

Una vez que el ruido se silenció y la tierra dejó de agitarse, observaron que la salida de la cueva había quedado firmemente sellada por una gigantesca estalactita que había sucumbido a la fuerza de la gravedad.

 

La resuelta mente de Íñigo, junto con una buena dosis de adrenalina, se dio cuenta de que había otra salida, por donde habían entrado los malogrados buzos. Sin más dilación se volvieron a dirigir al corazón de la cueva. Permanecer allí dentro era un peligro mortal.

 

A mitad de camino, las linternas se quedaron sin pilas. De primeras intentaron avanzar a oscuras, para no desperdiciar recursos, pero las paredes de la gruta, repugnantemente escurridizas, semejaban una repelente mezcla entre baba y moco que resbalaba precipitando directamente al abismo. La viscosidad lamía el suelo provocando el riesgo de morir empalado. Avanzar con el miedo a los arpones les hacía percibir la pared engañosamente amable, pero esta les repudiaba al menor contacto. Marta resbaló una vez, otra perdió el equilibrio y en esa reciente oscuridad empezó a sentir un desasosiego infinito. Tenía que cortar aquella demente espiral si quería permanecer cuerda, encendió la luz de su móvil.

 

Por fin llegaron a la trágica escena. Cuando Íñigo fue a coger las bombonas, les atacaron unos enormes murciélagos hiriéndoles en la cara con garras y colmillos. En contra de todos sus instintos, y sintiendo los embistes como profundos cuchillos, Marta rebuscó entre las pertenencias de los desgraciados. Mientras, Íñigo la defendía ondeando su chaqueta y protegiéndose los ojos, objetivo inequívoco de aquellas bestias, Marta encontró una bengala. Íñigo la encendió espantando a los mamíferos.

 

Cogieron los equipos espoleados por el comienzo de otro gemido terrestre. Aquel sonido taladraba sus tímpanos, destrozándoles los nervios. Sus aterradas manos no atinaban con las correas y las gomas se les escurrían de los dedos. Con la muerte jugando a la ruleta rusa, a duras penas pudieron ceñirse los equipos y se adentraron en el agua que también recibía disparos. 

 

Consiguieron salir de la cueva esquivando los punzantes proyectiles que atravesaban el agua en su caída libre y alcanzaron la superficie fuera de la roca. El mar se mecía en un suave arrullo. El sol calentaba con la caricia delicada de una madre a su bebe, tierna, cálida. El murmullo de las olas y el sonido de los pájaros eran un canto a la vida.

Dulceamor y el amor de su vida del mes de mayo



 

Romualdo I, rey de Satislandia, estaba entusiasmado, le flipaban las celebraciones en general y las bodas en particular porque estas eran alegres, divertidas y se servía más comida que en otros eventos.

 

Para su hijo Sixto VI, al que el sentido del humor de su padre para ponerle nombre nunca le había hecho ni puñetera gracia, la boda en el reino vecino significaba salir de la rutina.

 

Dulceamor era la mejor cocinera de la comarca y por eso la habían contratado para la ocasión. Lo que la gente no sabía es que era una romántica empedernida que engullía con verdadera gula novelas de amor y, lo que era más curioso, los guisos de Dulceamor resultaban verdaderamente deliciosos cuando la autora se sentía perdidamente enamorada. Una boda era lo más romántico del mundo para ella.

 

Lady Halcón era fiel a su amo, le tenía verdadera adoración desde que Sixto VI la había salvado de una cacería. Ella haría cualquier cosa por el bienestar de Sixto, incluso, había desarrollado la capacidad de comunicarse con él.

 

Dulceamor estaba regateando con un mercader para llevarse las mejores viandas cuando vio llegar al castillo a Sixto VI. Todos los galanes de las miles de novelas románticas que había devorado quedaban representados en ese príncipe. No cabía duda, Dulceamor estaba enamorada hasta el tuétano. Hablando de tuétano, se le acababa de ocurrir un condimento que quedaría exquisito con lo que había sacado al mercader.

 

El banquete fue más que un éxito.

 

Romualdo I tuvo una revelación, haría todo lo que estuviera en su mano por conseguir que aquel talento cocinara para él a diario. En un periquete estaba en las cocinas negociando con Dulceamor su oferta. Esta había reconocido al progenitor del amor de su vida del mes de mayo y vio su oportunidad cuando el rey le expuso su deseo. Cocinaria para Romualdo I sólo si este le concedía la mano de su hijo Sixto VI. Romualdo I, deleitado, empezó a preparar la boda.

 

A Lady Halcón casi le da un parreque cuando oyó lo que se cocía entre aquellos fogones. Se giró tan rápido que casi se come a una de las cientos de palomas que llegaban sin descanso con felicitaciones para los desposados.

 

Cuando Sixto VI se enteró de la gracieta montó en cólera. Una cosa era que su padre le manejara cual marioneta para asuntos menores y otra muy distinta que le comprometiera con una mujer a la que ni siquiera conocía, sólo por dar satisfacción a su buche.

 

Lady Halcón y Sixto VI salieron zumbando como alma que lleva el diablo con intenciones de no volver, al menos, hasta que a su padre se le hubiera quitado el apetito por alguna extraña razón, lo que databa la fecha de regreso poco menos que nunca.

 

Dulceamor encontró el amor de su vida del mes de junio entre uno de los socorristas que vigilaban la charca del reino, donde ella cocinaba para la nobleza durante la época estival.

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