Cuando Peter conoció a los Yaguard



 Ramón Yaguard

 

Observó al joven que permanecía delante de él y releyó la carta que le había entregado. Indudablemente era la letra de Richard, compañero y testigo de la mayor parte de su vida.

Pero era ventajosamente conveniente que no se pudiera comprobar la autenticidad de la misiva, ya que Richard se recuperaba de una fractura de cadera por caerse de un caballo en algún oasis sin conexión telefónica de Madagascar.

Ramón lo dejó estar, Peter se presentaría a Susan y acordaría con ella la mejor forma de llevar a cabo el reportaje fotográfico de la boda que se celebraría el próximo sábado, cortesía de su padrino Richard.


Frank Reynolds avanzó por la puerta que Peter había dejado abierta al salir.

Ramón reconocía la ambición que él mismo poseía en su futuro yerno.

En cualquier caso, antes de que Frank formara parte de la familia tenía que hacer algo por él.

Una semana después, Ramón se sorprendió cuando Frank le entregó la documentación a la vez que le comunicaba que el asunto estaba resuelto. La vida era irónica, la misma razón que haría que él confiara plenamente en la lealtad de Frank era precisamente la que le hacía rechazarle como yerno, pero ya no había marcha atrás, la boda sería al día siguiente y él tampoco podía decir que tuviera las manos limpias de sangre.

Aquella noche la cena transcurrió sin contratiempos y fue una velada agradable, a pesar del empeño de Susan de invitar a Peter a cenar. A lo mejor el tal Peter no era una amenaza, congeniaba con su hija, tal vez demasiado, pero daba igual, en menos de veinticuatro horas ella sería una mujer casada.

Ignorando el mohín en la cara de la joven, se encendieron los puros y como un guiño hacia Frank, Ramón sacó los documentos y empezó a quemarlos con el puro ceremoniosamente. Los papeles terminaron de arder en la chimenea. Susan estaba pálida, por el humo pensó, Frank tenía un brillo salvaje en los ojos y cuando miró a Peter le pareció percibir algo en su mirada que no supo descifrar. Volvió a mirar a Frank y ambos sonrieron con complicidad.

Al día siguiente los periódicos se hacían eco de la noticia, un joven investigador había aparecido muerto. Ramón suspiró satisfactoriamente, pero el aire se le atascó en la garganta al ver la portada. Era una foto de un informe en el que se explicaba detalladamente cómo fabricar un dispositivo capaz de acumular la energía que los humanos con sus movimientos y acciones, desde caminar, hasta hablar pasando por correr y reír, generaban de manera natural y la podía aplicar a cualquier aparato alimentado con energía eléctrica. Esta tecnología era tan potente que era fácil deducir el inevitable colapso de las compañías energéticas. Sin poder creer lo que veían sus ojos, estos percibieron un detalle en el borde de la imagen. El abrecartas que reposaba en su escritorio se atisbaba en la esquina de la foto delatando al autor de la instantánea.

Frank irrumpió en la habitación de Peter como un ciclón, pero el traidor había desaparecido sin dejar rastro.

 

 

Susan Yaguard

 

Peter llegó una mañana, a una semana de su boda ,como salido de la nada para echar a perder su perfectamente estructurada vida.

Frank era el hombre perfecto, guapo, atlético, listo, elegante y culto. Sólo tenía un defecto, que no estaba segura de que los demás percibieran detrás de esa encantadora sonrisa, Frank era frío como el hielo. Tal vez con ella desplegara todo su atractivo, pero Susan sabía la verdad, lo sentía. Entonces ¿Por qué casarse con él? Porque era lo siguiente que le tocaba hacer en su vida, porque él era lo más interesante que había a su alrededor y por agradar a su padre. Que su prometido tuviera un físico de infarto desde luego, ayudaba.

Se suponía que Peter era el regalo de su padrino Richard, bueno, no él sino el reportaje fotográfico de la boda que Peter realizaría. Su pobre padrino no podría asistir por estar convaleciente de una caída a caballo en uno de esos exóticos lugares dónde le gustaba perderse de vez en cuando.

Peter fue un soplo de aire fresco, la sensibilidad que tenía ante la belleza, esa creatividad exquisita para encuadrar imágenes de ensueño. Ella quería a Frank pero lo que empezó a sentir por Peter era más íntimo, más real, más primitivo. 

Susan percibió que él sentía algo por ella, pero notaba cómo él reprimía y dominaba cada impulso de mirarla o tocarla. Al principio pensó que era profesionalidad, que necesitaba concentrarse, pero pronto se dio cuenta de que la fotografía no era algo que para Peter requiriera esfuerzo, le salía tan natural como respirar.

No, lo que le alejaba de ella era algo más serio, más complejo, más peligroso.

Su interés por la boda descendía a la misma velocidad que sus sentimientos aumentaban por el fotógrafo.

Pero todo este enamoramiento se desvaneció cuando encontró a Peter en el despacho de su padre sacando fotos de unos documentos.

Estaba claro que Peter no era quien decía ser y desde luego no era el regalo de boda de su padrino.

A Susan le costó creerle. De hecho, prefirió pensar que su padre había guardado el informe en vez de destruirlo porque lo iba a difundir como propio, es decir, su padre no iba a ocultar tal descubrimiento al mundo, sólo iba a sacar partido. Seguro que había pagado una fortuna por él.

 

Cuando esa noche le vio quemar los documentos delante de ella, palideció. Se le acababa de caer un mito.

Eran más de las doce, quedaban horas para su boda, no podía dormir. Una sombra se coló en su habitación, era Peter, venía a decirle que habían encontrado el cadáver del autor del informe y que la noticia, junto a la foto del documento, aparecería al día siguiente en los periódicos. Aquello era una despedida, pero no podía irse sin confesar su amor por ella.

Lo sabía, sabía que sus sentimientos eran correspondidos pero lo que había descubierto aquella noche… no podía quedarse y mucho menos casarse. Abandonó la casa que hasta entonces había sido su hogar con la promesa de volver a reunirse con Peter cuando todo se hubiera calmado. Huir juntos habría sido demasiado peligroso para ambos.



Reto de diciembre Trucos de pluma. Día de compras

 Pádoffin era un gnomo verde, pequeño y regordete al que le chiflaban las Navidades, para ser exactos su preferido, con diferencia, era el día de Reyes.

 

Aquella mañana se despertó con una sensación extraña, notaba algo en el estómago. Se prometió no volver a tomar ninguna de las creaciones culinarias de su compañero de piso Mopet, un monstruo glotón. La última invención “la poción misteriosa” le había sentado fatal.

 

Era víspera de Reyes y todavía no tenía ningún regalo comprado. Las celebraciones familiares, el mercadillo solidario, cantar en el concierto de Navidad y una cosa extrañísima que se apoderaba de todo su ser de vez en cuando llamada pereza, le habían impedido acometer la tarea de las compras con tiempo suficiente.

 

Una vez en la calle releyó las cartas con los deseos de sus amigos, un escalofrío recorrió su espalda. Se acordó de la pócima de Mopet, su regalo lo dejaría para el final.

 

La mañana no se dio mal, antes de comer ya tenía regalos para todos menos para Mopet. Leyó de nuevo su carta y otra vez esa extraña sensación de estar en el lugar equivocado.

 

A ver, Mopet había pedido a los Reyes Agua de Azahar. Se contaba que los humanos utilizaban ese ingrediente en un bizcocho típico de Navidad y lo llamaban roscón.

 

A Pádoffin le encantaban las leyendas y cuentos de humanos pero aquella mañana, a pesar de no haber probado bocado desde el día anterior, pensar en comida le daba náuseas.

 

Si alguien tenía ese ingrediente extraño era Lufus, el comerciante tramposo. Tenía las cosas más raras, lujosas y extraordinarias, pero era famoso porque si no acertabas el acertijo que te proponía se quedaba con todo lo que llevabas y te dejaba con lo puesto.

 

Pádoffin se arrepintió de haber dejado este regalo para el final.

Entró en la tienda con todos los paquetes comprados ese día. Lufus al verle, sonrió.

Por supuesto que tenía agua de azahar pero la adivinanza era “¿Quién vence a todo el mundo?”

 

Pádoffin no supo la respuesta. Cuando salió con lo puesto, Lufus se reía a carcajadas. La nieve caía, Pádoffin derrotado llegó a su casa y se tiró en la cama.

 

Se despertó entre sudores fríos. ¡SUEÑO! Era la respuesta al acertijo.

 

Menuda pesadilla, menos mal que los Reyes sí existían y traerían ellos los regalos. El roscón de Reyes de Mopet le había sentado verdaderamente mal.

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