Lo que no sabíamos de Parque Jurásico. Reto de febrero de Trucos de Pluma


 "El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Es cierto que Parque Jurásico era una invención, pero todos sabemos que la realidad siempre supera a la ficción. 

Un siglo después de la primera película, la ciencia avanzó los suficiente como para ser capaces de clonar animales prehistóricos. Nuestra osadía fue más allá, conscientes de que el tamaño de estos seres sería un problema, nos permitimos el lujo de alterar sus dimensiones. Yo misma, de niña, tuve primero un pterodáctilo y cuando ya fui algo mayor, mi propio mamut enano, me llegaba a la cintura. Michael lo llamé en honor al autor de la novela en la que se basó la película. Un Julio Verne del siglo XX.

Pero al hombre siempre le ha gustado jugar a ser Dios lo que le ha llevado, nos ha llevado, a la devastación.

Al principio sólo fueron pequeños laboratorios clandestinos y contrabando de especies prohibidas para la clonación. Sin embargo, la ambición y el ego desmesurado nos ha condenado a la extinción.

Igual que se hicieron las especies más pequeñas, se crearon, fuera del control de las autoridades, animales de dimensiones mastodónticas. Y así se podían encontrar libélulas del tamaño de un autobús y triceratops grandes como un trasatlántico.

Por increíble que parezca, ningún gobierno fue capaz de reaccionar a tiempo y nuestras ciudades y centros urbanos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Ni que decir tiene que los ecosistemas quedaron irreparablemente dañados y ahora mismo escasea el alimento para cualquier ser vivo. Los carnívoros son los que todavía se alimentan, pero ya con dificultad.

Creo que los humanos siempre fuimos conscientes de que seríamos nuestro propio verdugo, pero nos gustaba pensar que eso pasaría más adelante, a los hijos de los hijos de nuestros tataranietos. 

Aquí me despido, no creo que sobreviva un día más."

Escrito encontrado en el tercer planeta desde la estrella amarilla.


*Imagen publicada por Juan Ranchal en el artículo "Jupiter fue responsable del asteroide que exterminó a los dinosaurios" en muycomputer.com

El libro

 




Era la primera vez que iba a esa biblioteca. Era antigua, oscura y sepulcralmente silenciosa.

 

Estaba vacía, salvo por un atractivo chico que estaba absorto en la lectura de un antiguo libro.

 

Estudié durante horas, las mismas que el chico permaneció completamente inmóvil. De repente pareció que cobraba vida, volvía a habitar su cuerpo.

 

Levantó la vista y me dedicó una extraña sonrisa. Cerró el libro, lo dejó en una estantería.

 

Intenté volver a concentrarme, pero ahora estaba incómoda. Me sentía observada. Oí mi nombre susurrado, más intrigada que asustada me dirigí hacia el origen del sonido.

Descubrí que procedía del libro que acababa de dejar aquel chico.

 

Una sirena de alarma sonó en mi cabeza, pero la ignoré. La curiosidad era más fuerte que la prudencia.

 

Cogí el libro. Aparté el manual con un microscopio en la portada.

El misterioso tomo se abrió solo.

 

Empecé a leer y ante mí apareció un volcán apaciblemente humeante. Pero lo que verdaderamente llamó mi atención era el diplodocus que había a unos quinientos metros de mí, pastando apacible las hojas de unos altísimos árboles.

 

Oí pasos y me giré para ver a un troglodita acercándose afablemente. Me dijo que para volver debía morir. Yo tenía mil preguntas, pero él ya había declamado su guion y me ignoró. 

 

Decidí que, para ser mi primera vez, un volcán era lo más poético para morir.

 

No sentí nada.

 

Aparecí ante una puerta que mostraba un cartel de prohibido el paso. Me llamaron por mi nombre desde el otro lado así que la atravesé. El troglodita, ahora científico, me volvió a recibir amablemente. Observé mi entorno y vi un cohete despegar, el troglodita científico me explicó que era la lanzadera de las 12h que iba a Marte. No era esa la información que yo necesitaba. Como si me hubiera leído la mente me dijo que mi sitio era el Medievo y que la primera vez siempre había desajustes. Sin más sacó una pistola propia de Star Wars y me mató.

 

Tampoco sentí nada.

 

Esta vez, estaba en medio de una batalla. A mi alrededor se desarrollaba una sangrienta lucha a cuerpo entre humanos envueltos en mallas metálicas y armaduras. 

 

Antes de que pudiera reaccionar vi a alguien corriendo y gritando salvajemente hacía mí, con una lanza apuntándome al pecho. Otro guerrero le interceptó transversalmente. Mi salvador se giró y me sonrió, era el chico de la biblioteca. “Mucho ha tardado su majestad, empezábamos a necesitarla” Y sólo entonces me di cuenta de que llevaba una maza de la mano he iba vestida para combatir.

 

 Y todo encajó, de pronto sabía quién era, por qué luchábamos, y cómo utilizar aquella mortal maza. Pero sobre todo sabía quién era aquel chico y lo que su presencia atizaba en mi interior.

 

Luchamos más allá de lo que la razón podría concebir y ganamos ¡Ganamos! Me levantaron a hombros para vitorear a su reina guerrera y sin que nadie pudiera impedirlo, una flecha lanzada por un moribundo alcanzó mi pecho desgarrándome la aorta. Me quedaban segundos de vida, no sentía dolor. Él me miraba sonriendo y yo le devolví la sonrisa, era feliz.

 

Y de nuevo, estaba en aquella oscura biblioteca. Y él sentado ante mí, sonriéndome. – Gracias – me dijo – Nos vemos en los libros. Y se marchó.

El talento de Pati

 





La calle se veía gris. Una fina lluvia mate amargaba la cara de acelga de los que se veían obligados a ignorarla.

Algo captó la atención de Medoly. La musa de la música era ciega y sólo era capaz de ver a través de las ondas sonoras y vio, primero un tenue brillo, luego un resplandor y a continuación un arcoíris. Las imágenes más bellas y brillantes danzaban armoniosamente ante sus ojos. Nunca había experimentado nada parecido.

 

¿Quién era el autor de aquella maravilla? Una esmirriada chica tocaba en la acera un viejo y ruinoso violín. Y a pesar de que la canción era conocida y el instrumento se encontraba al borde del desahucio, la talentosa violinista era capaz de emocionar con su interpretación.

 

Medoly se acercó bajo la apariencia de una señora caritativa y le dio a la muchacha la dirección de un prestigioso violinista para que la instruyera, junto con dinero para una lección.

 

Pati, agradecida, cogió el papel y el dinero que le tendía la extravagante señora y sin perder un segundo se dirigió a las señas escritas en la nota.

 

La prisa levantaba la negra capa con la que Pati cubría la pobreza de su ropa y, a veces, cuando estaba más inspirada, también ocultaba sus hermosas facciones con ella.

 

El afamado maestro no pudo ser más desagradable con aquella chica, alta para su edad. Aunque el profesor se detuvo a oírla tocar y reconoció el sorprendente talento, rechazó darle clases de manera gratuita.

 

Dos mujeres observaban la escena. A la esposa del maestro se le encogió el corazón con la respuesta de su marido. Y Medoly, que enfureció de inmediato, proyectó toda su ira sobre el avaro músico.

 

El castigo consistió en convertir al instructor en un enorme, feo y verde dragón que permanecería condenado a vigilar el tesoro que Medoly poseía en las mazmorras del castillo donde vivía, ya que el muy ruin había demostrado tan desastrosamente su vil preferencia a las riquezas materiales frente al talento musical.

 

La única manera de deshacer el hechizo sería que un bendecido con el don de la música tocara una melodía. El violín que fuera capaz de primero, dormir al dragón y después, alcanzar su corazón hasta que este volviera a vibrar de nuevo con la música por encima del dinero, anularía la maldición.

 

Berta, la mujer del desgraciado, no se quedó parada, inmediatamente pidió a Pati que la enseñara a tocar el violín. Siempre había sido sensible a la música, por eso se casó con el violinista. Ahora se vería si además tenía talento.

 

Pati y Berta tocaron y tocaron, estudiaron, estudiaron y volvieron a tocar hasta que les salieron ampollas en los dedos y el característico callo del cuello.

 

Un día, Pati le dijo a Berta que ya no había más que ella le pudiera enseñar. Así que ambas se dirigieron a la mazmorra donde el egoísta penaba por su pecado.

 

Para poder acercarse, Berta empezó a tocar mientras bajaban las angostas escaleras, cuando llegaron a donde estaba el dragón lo encontraron profundamente dormido, dejando reposar su partida lengua rosa perezosamente sobre las incontables y resplandecientes monedas, doradas como el reflejo del sol en un luminoso día de verano, y en las sombras que se creaban al unirse las montañas del valioso metal, se proyectaban destellos rojizos, dándole un aspecto agradable y acogedor, como un dormitorio preparado para cobijar el sueño nocturno. La construcción era tosca, de piedras rectangulares e irregulares entre ellas, formando arcos que amplificaban una acústica digna de una hermosa catedral. El lugar estaba únicamente iluminado por las brillantes monedas con la impresión de haber querido crear una sensación desapacible a propósito por la falta de alumbrado, pero habiendo fracasado finalmente en el empeño, puesto que no resultaba siniestro en absoluto. Berta tocó durante horas sin que nada ocurriese, entonces Pati, llevada por la música de Berta empezó a tocar.

 Berta observaba a Pati tocar con su capa escondiendo parte de su rostro, visiblemente envuelta en un hipnótico trance. Y la música que tocaba acariciaba los oídos y las entrañas, en una perfecta mezcla de emoción entre un antiguo y reconfortante recuerdo de la niñez y la estimulante vivencia del reencuentro. Y lo notó, Berta notó que algo cambiaba, en ella, en el aire y en el ser que emitía notas musicales encerradas en pequeñas burbujas a través de su nariz, convertido en una enorme bestia, coronada por una cresta de placas, como colmillos de animal en forma de hilera, a lo largo de todo el lomo.

 

Y el dragón dejó de ser dragón y Pati dejó de ser pobre y Berta encontró al amor de su vida en su violín y Medoly pudo volver a ver gracias a Pati.

La maldición de los estados de la materia. Reto de enero de Trucos de Pluma

 Simón leía su libro de naturales de 6º de Primaria, la parte en la que explicaba los estados de la materia y los ilustraba con el ejemplo del agua. Sólido, líquido, gaseoso, hielo, agua, vapor.

 

Levantó la vista del libro reflexionando sobre lo que acababa de leer “¿Sentiría el agua esas leyes como una maldición? Sin poder decidir cuándo ser agua, ni cuándo vapor o nieve. Como Lady Alcón que solo puede ser humana al ponerse el sol u Olaff al que, aún siendo un muñeco de nieve, le encanta el calorcito.”

 




Las noticias que su padre veía en la televisión captaron su atención.” Se espera una tormenta de nieve para esta noche, se recomienda a la población que no salga de sus casas”

 

Simón miró por la ventana, se acercó al cristal para observar los aislados y discretos copos de nieve empezar a caer. “Seguro que no es para tanto” pensó “Los del tiempo siempre se equivocan” Pero en su interior deseaba que esta vez tuvieran razón.

 

A las pocas horas la nieve había cuajado “Pero no es nada especial, mañana ya no habrá nieve” Se dijo Simón y, anhelando lo contrario, se fue a dormir.

 

Cuando amaneció, no podía creérselo. Una gruesa capa de nieve inmaculada lo cubría TODO.

 

A Simón aquel paisaje le fascinaba, la batalla ganada de la naturaleza sobre la civilización, era calma, era paz. Aunque el agua no pudiera escapar de su propia maldición, aquello era hermoso.

 

Sin embargo, a su alrededor su padre no hacía más que recibir llamadas del trabajo y su madre además mensajes del colegio. Las noticias mostraban a las unidades de rescate afanándose por ayudar a los atrapados en su camino hacia… algún lugar. Todos ellos estaban experimentando la maldición del agua. Ser nieve cuando quieres ser agua. Tener que parar tu vida cuando quieres seguir corriendo, sin pensar, sin sentir.

 

Observando el paisaje Simón llegó a una conclusión, esa nieve no quería ser otra cosa más que nieve y percibía que disfrutaba, plenamente consciente de que era cuestión de tiempo que se transformara en agua. “Mamá ¿Por qué se empeñan en quitar la nieve si se derretirá en unos días?”

 

El frenético ritmo de vida de los adultos no les permitía ver que no tenían que luchar contra la nieve, sólo era una cuestión de tiempo. A los dos días la maldición desapareció como había sido predicho.

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