Me llamo Pablo Navarro

 





Sentimientos encontrados. Eso es lo que Mamen estaba experimentando. ¿Sabes eso

de un día cojo la puerta y me voy? Pues exactamente eso había hecho Mamen, abrió la

puerta, la dejó en su sitio y se marchó, como dice la canción. Entonces, por un lado,

sentía la liberación de salir de aquella encerrona, de aquel sinvivir, pero por otro,

quería a su marido y a sus hijos. Tal vez huir no fuera la solución, tal vez, tampoco era

esto lo que quería. Bueno, ya lo pensaría más tarde, en la playa, donde había cogido un

hotelito unos días para pensar y decidir qué iba a hacer con su vida. De momento,

cogería el avión.


Ay, qué agradable es esto de volar, sin prisas, sin expectativas, sin nadie a quien

atender, sólo escuchando tus propias necesidades, sólo tú, tus sensaciones, tus

sentimientos, tus decisiones y al otro lado, el resto del mundo. Entregó la tarjeta de

embarque y la señorita le sonrió, Mamen le devolvió la sonrisa, qué agradable. 17F,

Mamen había elegido ventanilla. No volaba muy a menudo y le encantaba verlo todo,

desde el despegue, hasta el aterrizaje, las nubes, las casitas minúsculas con sus

piscinas azules, los lagos y ríos y por supuesto, el mar. Le daba calma, una sensación

intensa de libertad, de posibilidades, de vivir el presente, de estar aquí y ahora, sí,

como en la meditación.


Al poco se sentó a su lado un chico, unos diez años más joven que ella, habría

resultado atractivo si no llevara reflejado en la cara un sentimiento puro de dolor. A

Mamen le extrañó, pero bastante tenía ella con lo suyo, abandono del hogar, sí,

definitivamente no se iba a llevar el premio a la mejor madre del mundo.

El vuelo no se retrasó ni un segundo. Los motores se pusieron en marcha y la

tripulación de cabina de pasajeros interpretó la tradicional explicación de salvamento,

aunque acompañados de las imágenes de un monitor. A Mamen le entristeció pensar

que aquel rito tenía los días contados.

Su compañero se agitaba en el asiento, estaba como ansioso, sin embargo, cada vez

que se acercaba alguien de la tripulación se quedaba inmóvil cual estatua. Mamen se

disponía a analizar a su vecino para determinar cómo de peligroso podía ser cuando el

juego de unos niños tres filas delante captó su atención.

El avión iba medio vacío, era la ventaja de viajar a deshoras y entre semana, pero por

estas casualidades de la vida un padre viajaba solo con tres niños, dos chicos y una

chica de edades aproximadas a los suyos. Mamen sintió una punzada en el corazón,

sus niños. ¿Qué había hecho? Seguro que perdía la custodia, estaba claro que no

pensaba irse al otro lado del mundo y no volver a verles. Solo necesitaba unos días,

pensar en ella, en cómo salir de ese agobio diario y absorbente que no te atonta hasta

el punto de no ser capaz de regir, de tomar decisiones inteligentes. Salir de su casa

había sido un impulso, ahora las riendas las tenía que tomar el cerebro.

––Buenos días, les habla el comandante Pablo Navarro y les doy la bienvenida al vuelo

Madrid...––Mamen observó cómo el chico de al lado se puso rígido en cuanto sonó la

voz del piloto y vio su cara enrojecer hasta las orejas cuando este dijo su nombre, sin

embargo, en contra de todo pronóstico, una siniestra sonrisilla asomó a sus labios y

sus ojos brillaron helando la sangre de Mamen que descarada le miraba atónita.

La preocupación por sus dramas familiares pasó a segundo plano y se centró en su

impuesto compañero de viaje. Se mantenía nervioso pero sazonado por una alegría

alarmante ¿Cuál era la gracia de que Pablo Navarro fuera su comandante? Porque el

chico había experimentado un cambio desde que había oído ese nombre. Ella no le

quitaba ojo y cada vez que pasaba alguien de la tripulación Mamen escudriñaba

ansiosa sus caras buscando alguna señal que denotara que ellos también veían algo

raro en este pasajero. Pero no, todos sonreían al pasar y nada más. Normal por otro

lado, porque justo en esos momentos, el tipo se quedaba quieto simulando leer la

revista de la compañía aérea.

Lo que supuso el colmo para Mamen fue que el susodicho empezó a mirar alrededor,

como buscando, y comenzó a echar miradas discretas hacia ella. Esto, por supuesto,

dificultó el escrutinio que ella le practicaba a él. Pensó en ir a hablar con los de la

tripulación, pero ¿Qué les iba a decir? ¿Que su vecino de asiento era más raro que un

perro verde? Anda que no había gente rara por el mundo y eso no significaba que

fueran peligrosos ¿Por qué pensaba ella que él podía causar algún daño? Ah, pues,

mmm, en realidad... ¿Porque estaba nervioso? Eso es bastante normal, sobre todo en

un avión. ¿Porque había sonreído al oír el nombre del comandante? Eso podía ser por

cualquier asociación caprichosa de su cerebro. No, desde luego no eran razones de

peso para determinar que él era peligroso y había que hacer algo al respecto. Además,

con todo el control que hay ahora, era imposible subir ningún arma a bordo. Estos

pensamientos calmaron a Mamen que volvió a su pesadilla particular. ¿Pero qué había

hecho? Abandonar a sus hijos. ¿Qué tipo de madre hace eso? La que se encuentra al

borde del abismo, la que no se siente capaz de soportar la situación durante más

tiempo sin tomar medidas drásticas, muchas de ellas violentas. Sí, lo mejor para todos,

era alejarse. Pero al menos podía haber dejado una nota, un aviso. Nada. Estarían

todos histéricos llamándola. Mira, esa era una de las ventajas de tener que poner el

móvil en modo avión. Ojalá durara el vuelo dos o tres días y no las dos horas y media

que estaban programadas. Que se parara el tiempo para los demás, pero no para ella,

que quedara en suspenso.

Su vecino cogió su bolsa de mano y se levantó para ir al baño, constató Mamen. Y ella

volvió a sus elucubraciones, antes de que se diera cuenta el rarito estaba de vuelta.

Menos mal que había cogido ventanilla y no tenía que andar levantándose como su

compañera de fila que estaba en el pasillo. De pronto la chica gritó histérica y él la

tenía abrazada desde atrás y la empujaba pasillo adelante. Los del otro lado de la

cabina gritaban «¡Le ha clavado una jeringa en el cuello!» Mamen pensó, si ella no

podía ver la aguja es que la había introducido en su lado izquierdo, vena yugular,

directa al corazón, mal asunto. Se asomó al pasillo y vio al pirado parapetándose tras la

chica, que estaba pálida. Él sujetaba la jeringa. Está hablando con la tripulación.

Mamen interceptó a una azafata que rezagada avanzaba por el pasillo hacia el punto

del conflicto.

––Soy psiquiatra. Con las restricciones que hay no puede haber inyectado nada que le

provoque la muerte inmediata. Debe ser un farol. Por favor, déjeme hablar con él, tal

vez pueda ayudar.

––Tranquila, espere aquí. Si la necesitamos vendremos a buscarla. ¡Por favor,

manténganse en sus asientos! Estamos controlando la situación. No se preocupen,

todo saldrá bien.

Mamen vio como al llegar hablaba con una compañera y ambas se volvían hacia ella.

Agachó la cabeza sintiendo un poco de vergüenza. Lo había dicho sin pensar. Siempre

tan impulsiva. Sí, estudió psiquiatría, pero nunca había ejercido, se casó pronto

después de terminar y toda su carrera profesional, de mierda, había girado en torno a

los recursos humanos. El síndrome de la impostora palpitaba fuerte. Pero a ver ¿Acaso

no tenía los conocimientos? Se sacó la carrera y la especialidad con relativa facilidad.

¿Se sentía capaz de ayudar? Sí ¿Aunque no fuera capaz de controlar el caos de su casa?

Sí, no es lo mismo tratar los problemas de los demás en los de uno mismo. A ella

siempre le había costado relativizar, poner distancia a sus conflictos. Estaba segura de

que no había nada en aquella aguja que fuera letal para la chica.

Volvió la atención al pirado que ahora gritaba que quería ver al comandante

llamándole por su nombre. Este no se había pronunciado por la megafonía y la puerta

se mantenía cerrada. Mamen supuso que el protocolo implicaría aterrizar en el

aeropuerto más cercano.

La chica volvió a gritar, su secuestrador acababa de inyectar lo que fuera que llevaba

en la jeringa. La sacó hábilmente, la abrió y volvió a atravesarle la piel. Con una

destreza y una pericia propias de alguien muy acostumbrado a las agujas.

Los auxiliares de vuelo palidecieron, cuchichearon algo, la miraron y la mayor se dirigió

hacía Mamen.

––Soy la sobrecargo Carmen Lago, me ha dicho mi compañera que es usted psiquiatra

y que tal vez pueda ayudarnos.

––Sí, mi nombre es Mamen y no creo que le haya inyectado nada mortal.

––Aire ¿En qué cantidad es mortal?

––A partir de 50 cm3. Esa jeringa..., desde aquí no la veo bien pero como mucho debe

ser de 10.

––Eso ha dicho, que si no le hacemos caso va a ir inyectándole aire hasta que se

muera.

––¿Y qué es lo que pide?

––Hablar con el comandante, que cambie el rumbo y aterrice en el aeropuerto de

Albacete.

––¿Y no quiere dinero ni hablar con la prensa?

––No, dice que no nos quiere hacer daño, ni a la chica tampoco, pero está obsesionado

con hablar con Pablo.

––Vale, por como maneja la jeringa debe tener algún conocimiento en medicina y

desde luego tiene práctica. Nuestro objetivo es que suelte a la chica, para ello es

probable que tengamos que hacer alguna concesión. ¿Qué dice el protocolo respecto a

que el comandante salga de la cabina de vuelo?

––Descartado. Pero sí se puede comunicar con él por el interfono.

––Vale, esperemos que eso le sirva.

Juntas se acercaron al desquiciado.

––Hola, soy Mamen ¿Cómo te llamas?

––¡Quiero hablar con el comandante y con nadie más! O me cargo a esta infeliz.

––Soy psiquiatra, tal vez pueda ayudarte ¿Cómo te llamas?

––¡Ja! Una loquera, vas lista. ¡¡Quiero hablar con Pablo!! ––Y acto seguido le inyectó la

segunda dosis de aire a su presa, quien gritó despavorida.

––Mira, yo puedo conseguir que hables con el comandante, pero necesito, para

empezar, que me digas cómo te llamas.

––Me llamo Pablo Navarro ¿Te suena?

Mamen continuó impertérrita.

––Hola Pablo, como te he dicho antes me llamo Mamen, estaba sentada a tu lado.

––Sí, Mamen, tú también tienes que estar jodida. Llevas todo el vuelo con lágrimas en

los ojos.

––Sí, tengo mis mierdas, pero ahora lo importante eres tú. Ya te he dicho que puedo

conseguir que hables con el comandante, aunque vamos a necesitar que pongas algo

de tu parte ¿Vale?

––A ver...

––Necesitamos que sueltes la jeringa.

––...bueno... ¡Pero ella se queda conmigo!

––Estoy de acuerdo. Ahora despacio, sácale la aguja y entrégamela.

Sin dejar de mirarse a los ojos, intercambiaron el objeto.

––Soy médico, Mamen, sé exactamente qué movimiento tengo que hacer para

romperle el cuello.

––Tiene que ser muy importante lo que tienes que hablar con el comandante para

saltarte a la torera el código deontológico que juraste al terminar la carrera.

––Estoy salvando una vida. Ya he dejado la aguja, ahora ponme al habla con Pablo.

Mamen miró a Carmen y asintió. Carmen cogió un auricular que tenía al lado de su

cabeza e informó al piloto que un pasajero quería hablar con él.

––Hola, soy el comandante Pablo Navarro ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

––Aquí Pablo Navarro.

––Vaya, qué casualidad que te llames como yo.

––Casualidad ninguna. Tu futura mujer, con la que pensabas casarte esta tarde en

Fuerteventura, tiene debilidad por este nombre. Habrá que preguntarle a su psiquiatra

por qué ––Pablo miró a Mamen ––. El caso es que tu querida Lucía está loca. Lo que yo

quiero es evitar que cometas el mortal error de casarte con ella. Sé por experiencia

que intentará matarte.

––¿Alguien que se ha subido a un avión, ha cogido como rehén a una desconocida y ha

amenazado con matarla con aire para que el avión aterrice en Albacete me dice que mi

novia está loca? ¿De verdad pensabas que con esta acción te iba a creer o acceder a

tus peticiones?

––Sé que el protocolo es que en cuanto hay un problema en el avión se aterrice en el

aeropuerto más cercano, si es posible. Sólo con eso ya he conseguido que no te cases

hoy. Y lo segundo, voy a sembrar en ti la sospecha, tú mente hará lo demás ––volvió a

mirar a Mamen ––.

––Pero tú vas a ir a la cárcel.

––¿Qué más me da? Yo ya estoy muerto ¿No te lo ha dicho ella?

––Bueno, Lucía me dijo que su ex murió y aunque compartíamos el apellido, una

macabra coincidencia, el otro se llamaba Pedro.

––Primera mentira. Me llamo Pablo, pero es verdad que ella piensa que me mató. Lo

que no sabe es que mis conocimientos de medicina me salvaron. Las secuelas que me

dejó me han permitido meter la jeringuilla hoy en el avión. ¡Qué irónica es la vida! ¿No

te parece?

En ese momento, a una señal de Mamen, la chica apresada se flexionó sobre su

estómago en un violento movimiento llevando a Pablo a inclinarse hacia delante.

Posición que aprovechó uno de los pasajeros de primera clase para propiciarle un

puñetazo en la cabeza que le hizo soltar a su prisionera. Un segundo puñetazo le dejó

en el suelo inconsciente.

Todos los que estaban en el avión estuvieron de acuerdo en intentar llegar a destino.

Tenían suficiente combustible y una boda que celebrar.

Mamen llegó a su casa de vuelta y bueno, como ella se había ido por la mañana y

todos habían llegado a casa por la tarde, acababan de empezar a notar su ausencia.

Toda preocupación se les pasó en cuanto vieron a su madre entrar por la puerta.

Por su parte, a Mamen le había quedado claro cuales eran sus prioridades. Sí, la familia

era importante pero como te dicen en los aviones: si le pones el oxígeno primero al

niño y tú te quedas sin aire no va a haber nadie que cuide del menor. La mascarilla te

la tienes que poner tú la primera. Ella tenía que estar bien para poder cuidar de su

familia. Iba a ir a terapia e iba a cambiar de trabajo, había mucha gente que necesitaba

una psiquiatra.

––¡Mira mamá, sales en la tele!

––...el intento de secuestro del avión se ha resuelto felizmente. Y tanto pasajeros

como tripulación estuvieron de acuerdo en aterrizar en destino para que el

comandante pudiera llegar a tiempo a su propia boda, aunque al final, esta no ha

llegado a celebrarse. Parece ser que el novio, en el último momento, se ha echado

atrás. Hoy, en Sálvame analizaremos los pormenores de esta malograda boda.


Imagen: De Johannes Kirchherr en Pixabay

Amor idiota


 

No suelo frecuentar los mercados, no me gustan. Me parecen sitios inhóspitos donde

huele a pescado y hace frío. Tengo recuerdos vagos de distintos mercados y ninguno

agradable. Tampoco traumáticos. Ir a la compra, en general, no me gusta.


Esto era así hasta hace unos años cuando a alguna mente lúcida se le ocurrió convertir

ese espacio desangelado en un lugar acogedor y entrañable. En España si no estas

comiendo o bebiendo o ambas cosas no estás disfrutando, así que con poner unos

cuantos locales donde paladear delicatesen, una manita de decoración de interiores y

cuidar el tema olfativo, la cosa tenía muchas papeletas de éxito. Aunque para seguir

llamándolo mercado hay que vender viandas y tener horario de comercio de barrio,

esto dificulta la parte social que se practica a deshoras.


Imaginemos... Un mercado cochambroso, de los de antes, con olor a mar, un niño y un

papá joven. El pequeño, inexperto en esto de la compra y, por tanto, todavía

ilusionado con la idea, echa mano a una maravillosa manzana, brillante, roja, de las del

cuento de Blancanieves que le grita “¡Cógeme!”. El infante, ajeno a las consecuencias,

ejecuta la tracción. Como el resto del planeta anticipamos, las manzanas se

desparraman. Veo al tendero acordándose del papá, de la mamá y de todos los

muertos del infeliz crío.


Y esta historia no da para más. Me tendré que inventar algo más interesante. Pero es

que ni las manzanas, ni los sitios donde puede haber cinco manzanas con posibilidad

de caerse véase, mercados, mercadillos, cocinas, puestos callejeros, me llaman en

absoluto la atención.


A mí me interesan las historias sobre gente. Ella compra manzanas, las lleva en un

cesto, él tropieza con ella, las manzanas caen. ¿Puede haber en la vida algo más cliché?

A ver, otro intento. Él compra las manzanas, ella tropieza, aburridííísimo. Venga,

Merche, piensa… Manzanas, cinco, que ruedan. Veo un molino de agua ¿Por qué? Ni

idea. Un molino de agua, fresquita, de un arroyo ni demasiado grande ni esmirriado.

Cuidado, que te vas al estereotipo. Piensa un poco más ¿Quién hay junto al molino de

agua? ¿Para qué se utiliza un molino de agua? Para sacar agua para los campos, para

mover una rueda que muela... trigo. También puede haber un reparador de molinos o

un constructor. Sí, uno que está pendiente de que el molino funcione. Es joven, pero

no demasiado, y fuerte. Mover un molino no debe ser fácil ni ligero. Y guapo, porque

me apetece. Aunque eso también está visto, pasémoslo por alto a ver si sale algo

potable.


Todavía me faltan las manzanas y con quién se va a relacionar el guaperas. Una chica,

común, un niño, aburrido, un psicópata asesino, espeluznante, una psicópata asesina,

ya es mala suerte, una chica vestida de chico, trillado. Ya lo tengo, está visto, pero

menos, un anciano. Un anciano que no es lo que parece, o sí. Le va a decir “ve a

comprar pan al medio día”. Vale, tenemos al macizo medio inconsciente en la orilla del

arrollo y un viejo que le habla. El chico despierta con mucha gente a su alrededor

porque le ha dado un vahído, nadie tiene claro qué ha pasado. Suponen que uno de los

cubos le ha dado un trastazo, lo raro es que no se haya ahogado. Habrá sido el anciano

(que no está y nadie ha visto) quien le ha sacado del apuro. Raro, raro.

Nuestro amigo se queda desorientado, nunca le había pasado. Al día siguiente, de

vuelta al molino que se engancha y el bello no encuentra explicación. Otro trastazo y

de nuevo el anciano:

––Espabila, chaval. Compra pan. YA ––La segunda vez sienta peor. «¿Pero qué mierdas

está pasando?». Con un fuerte dolor de cabeza y un humor de perros pasa el día.

Tercera jornada, se calza un sombrero, coge sus herramientas y allí que se planta. El

arroyo, el molino y zas, el trastazo. Otra vez en la orilla. Pero para sorpresa del

anciano, el desmayado le agarra del pescuezo y no le suelta. Al vejete le da la tos y se

le cae la barba. Nuestro lindo protagonista oye risitas y a alguien huyendo, no importa,

se centra en su presa.

––Y ahora, enano, me vas a decir quién eres, a qué juegas y por qué conmigo ––. El

anciano imberbe, que ha resultado ser un crio de unos once años, canta hasta La

Traviata.

Resulta que la Julia, hermana del Paquito, el hijo del panadero, está loquita por

nuestro guaperas y a la vista de que este no sabe ni que existe, se pasa llorando por los

rincones el día y sollozando las noches. Este hecho no deja dormir, ni estudiar ni comer

tranquilo al Paquito que se ha hartado y se ha compinchado con sus colegas para ver si

el hermoso reaccionaba y se fijaba en su hermana que, según dice todo el mundo, está

de muy buen ver, es buena muchacha y muy limpia.

––Entonces ¿Qué? ¿Te gusta la Julia o no? ¿Pero sabes quién te digo? ––El arreglador

de molinos se quita el sombrero, que ocultaba el casquete metálico que hoy evitó el

desmayo de los días pretéritos, y se rasca la preciosa cabeza. «Julia…, Julia...». Pero si

él sólo tenía ojos para Bernarda, del pueblo de al lado que, por supuesto, no tenía ni

idea de que nuestro adonis existiera.

A Paquito y compañía les cayó una buena. Nuestro protagonista fue a comprar pan al

medio día. Julia, al verle entrar, tiró la carga del delantal y rodaron cinco manzanas, ni

cuatro ni seis, cinco y se puso colorada como las mismas. Departieron. A Julia dejó de

gustarle porque de cerca no era tan mono. Las calabazas también ayudaron.

El bonito habló con Julia, pero ni se acercó a parlar con Bernarda, al menos de

momento. Tal vez esperara a que sus hermanos le tiraran un par de piedras.

En fin, todo un despropósito del amor idiota, tú por él y el por otra.


Imagen: Ludovic Charlet "Mercado del sur" en Pixabay

Back to black

 



Puto sistema de mierda que si intentas salirte extiende sus tentáculos pegajosos y lascivos para que no tengas escapatoria. Ni conmigo ni sin mí.

 

Gotas de lluvia caen sobre mí, grito al cielo, mis lágrimas se mezclan con el derrame de las nubes. Me siento rota, back to black, tocando fondo. Me revelo ante las normas, las miradas críticas, las empresas rígidas y burocráticas antinatura.

 

Sé que saldré de esta o no porque el final es el mismo, criar amapolas. Puede que antes acabe en pedazos, trocitos de vida estallando contra el suelo. Solo espero no hacer daño en esta dolorosa transición.

 

Gato panza arriba es lo que soy. No, no quiero y a la vez sé que no tengo escapatoria. Puto sistema enfermizo. GRACIAS.


Imagen: Fotograma video "Back to black" de Amy Winehouse

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