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Tu peor enemigo



 

“Has cometido el peor pecado, eres una aberración que merece ser engullida por la naturaleza.”

 

La enredadera que cubría la fachada de la casa de verano siempre me había parecido siniestra. Pensaba que era por los insectos que pudiera albergar, pero no, reconocía algo desagradablemente familiar en ella, mi propia perversidad.

 

Me desperté y algo sujetaba mis muñecas y tobillos. Con dificultad conseguí levantar la cabeza y vi cómo la enredadera me oprimía las extremidades, crecía lentamente sobre mí. Mi pulso se aceleró angustiada por la inmovilización.

 

Mi retorcida mente dominaba la planta que me atacaba con un odio y un rencor que me hacían sentir que no era digna de la vida, que lo mejor era que desapareciera de este mundo. Nadie me quería porque yo era despreciable, un deshecho y, por encima de todas las cosas, era culpable. 

 

La trepadora alcanzó mi cuello y mi frente a la vez, lo que me obligó a mirar hacia el techo. Había un reloj en la pared, pero se movía con agónica lentitud. “Si mamá entrara en la habitación… Mamá no quiere verte, te odia. Jamás te perdonará lo que has hecho. Mereces morir. ¡Pero no quiero!” Intenté moverme y la presión se hizo más fuerte. “Muy bien, tu lucha me empodera. Me alimento de tu pánico y tu patética desesperación.” Sí, era cierto, me lo merecía y aunque el abrazo se relajó ante la aceptación, la rama que había en mi cuello creció, impidiéndome la entrada de aire porque yo sabía que era la causante del mal. ¿Es que iba a morir así, asfixiada? Como cuando te has hundido demasiado en el mar y tus pulmones duelen, pero aún estás lejos de la superficie, no puedes respirar y agonizando te preguntas si llegarás a tiempo. Ahora no había superficie que alcanzar. Las lágrimas mojaron mis mejillas, no quería morir, pero no debía existir, era cruelmente letal, me merecía la ejecución. Se me nubló la vista.

Psycho



En la mesa de la entrada, entre las cartas del banco, sólo había publicidad. Ningún espejo colgado y las llaves estaban sujetas en un llavero de Hello Kitty. Las fotos brillaban por su ausencia. Unos zapatos de tacón, de los que tienen una enorme plataforma para resultar más cómodos, estaban tirados en el suelo.

 

En la cocina se podían ver dos tipos de alimentos, frutas y verduras al borde de la putrefacción y bolsas de chocolatinas, patatas fritas y dulces, abiertos sin cuidado, con prisa. En la nevera, sujetas con imanes, había innumerables fotos de esculturales y bellísimas modelos, todas tirando a escuálidas, en poses sugerentes y en infinitas playas de arena blanca y aguas turquesa.

 

En el salón, coronaba el sofá una enorme lámina de un paisaje invernal en el que un hombre se marchaba por un camino que se alejaba. Había varios jarrones con flores, las únicas que no estaban marchitas eran las de plástico. Sobre la pequeña mesa de comedor, que sólo contaba con dos sillas, había revistas de moda, al lado descansaban unas tijeras y fotos recortadas de espectaculares chicas en bikini y algún sonriente modelo con el torso descubierto. A mano, una caja de tisúes listos para enjugar lágrimas y un paquete vacío de Kit-Kat. Junto al televisor había un montón de CDs piratas de películas románticas. Y olvidado en un rincón, un pequeño aparato deportivo del Teletienda, de los que te cambian la vida en veinte días, cogía polvo.

 

La estantería del dormitorio estaba repleta de libros de autoayuda con dos temas, cambia tu vida en días y pierde peso sin esfuerzo. Las paredes estaban empapeladas con mujeres en bañador y cuerpos de infarto. Una faja descansaba en el suelo.

 

- ¡¿Quién eres?! ¡Sal de mi casa o llamo a la policía! ¿Cómo has entrado?

- Cuando viniste a vivir aquí no cambiaste la cerradura de la puerta. Siempre he tenido llaves de tu casa. Soy tu novio. He venido a decirte que eres preciosa. 

- ¡Estás loco! No te conozco. Mi novio llegará en cualquier momento

- Mentira, vives sola, nadie va a venir, estás sola en el mundo y crees que eres fea y que tu cuerpo es gordo. Pero yo te voy a ayudar a que veas la verdad. Eres perfecta. Perfecta para mí.

- ¡Socommmmm!

- ¿Por qué gritas? No grites, he venido a salvarte. Te conozco muy bien, vamos a ser muy felices juntos, ya lo verás.

- mfmfmfmfmdmfmf

- Vale, te dejaré hablar si me prometes no gritar.

- ¡SOCOMMMFMFMFMFMF!

- Muy mal, así no va a ser divertido. ¿Es que no lo ves? He venido a estar contigo, quiero que seas feliz, te voy a hacer feliz. Yo te amo, tal cual eres.

- ¡SOCOMFMFMFMFMMFM!

- MAL, me has hecho enfadar. No será divertido, para mi tampoco. Acabas de firmar tu sentencia de muerte.

 

Los zapatos de novia estaban a los pies de la cama y el vestido blanco a juego con la chica, en una percha. Su cuerpo lucía la lencería propia de la noche de bodas. Una de las medias rodeaba su cuello inerte.

 

- Adiós querida. Pudo ser bonito, pero tú lo quisiste así.

 

 

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