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El libro

 




Era la primera vez que iba a esa biblioteca. Era antigua, oscura y sepulcralmente silenciosa.

 

Estaba vacía, salvo por un atractivo chico que estaba absorto en la lectura de un antiguo libro.

 

Estudié durante horas, las mismas que el chico permaneció completamente inmóvil. De repente pareció que cobraba vida, volvía a habitar su cuerpo.

 

Levantó la vista y me dedicó una extraña sonrisa. Cerró el libro, lo dejó en una estantería.

 

Intenté volver a concentrarme, pero ahora estaba incómoda. Me sentía observada. Oí mi nombre susurrado, más intrigada que asustada me dirigí hacia el origen del sonido.

Descubrí que procedía del libro que acababa de dejar aquel chico.

 

Una sirena de alarma sonó en mi cabeza, pero la ignoré. La curiosidad era más fuerte que la prudencia.

 

Cogí el libro. Aparté el manual con un microscopio en la portada.

El misterioso tomo se abrió solo.

 

Empecé a leer y ante mí apareció un volcán apaciblemente humeante. Pero lo que verdaderamente llamó mi atención era el diplodocus que había a unos quinientos metros de mí, pastando apacible las hojas de unos altísimos árboles.

 

Oí pasos y me giré para ver a un troglodita acercándose afablemente. Me dijo que para volver debía morir. Yo tenía mil preguntas, pero él ya había declamado su guion y me ignoró. 

 

Decidí que, para ser mi primera vez, un volcán era lo más poético para morir.

 

No sentí nada.

 

Aparecí ante una puerta que mostraba un cartel de prohibido el paso. Me llamaron por mi nombre desde el otro lado así que la atravesé. El troglodita, ahora científico, me volvió a recibir amablemente. Observé mi entorno y vi un cohete despegar, el troglodita científico me explicó que era la lanzadera de las 12h que iba a Marte. No era esa la información que yo necesitaba. Como si me hubiera leído la mente me dijo que mi sitio era el Medievo y que la primera vez siempre había desajustes. Sin más sacó una pistola propia de Star Wars y me mató.

 

Tampoco sentí nada.

 

Esta vez, estaba en medio de una batalla. A mi alrededor se desarrollaba una sangrienta lucha a cuerpo entre humanos envueltos en mallas metálicas y armaduras. 

 

Antes de que pudiera reaccionar vi a alguien corriendo y gritando salvajemente hacía mí, con una lanza apuntándome al pecho. Otro guerrero le interceptó transversalmente. Mi salvador se giró y me sonrió, era el chico de la biblioteca. “Mucho ha tardado su majestad, empezábamos a necesitarla” Y sólo entonces me di cuenta de que llevaba una maza de la mano he iba vestida para combatir.

 

 Y todo encajó, de pronto sabía quién era, por qué luchábamos, y cómo utilizar aquella mortal maza. Pero sobre todo sabía quién era aquel chico y lo que su presencia atizaba en mi interior.

 

Luchamos más allá de lo que la razón podría concebir y ganamos ¡Ganamos! Me levantaron a hombros para vitorear a su reina guerrera y sin que nadie pudiera impedirlo, una flecha lanzada por un moribundo alcanzó mi pecho desgarrándome la aorta. Me quedaban segundos de vida, no sentía dolor. Él me miraba sonriendo y yo le devolví la sonrisa, era feliz.

 

Y de nuevo, estaba en aquella oscura biblioteca. Y él sentado ante mí, sonriéndome. – Gracias – me dijo – Nos vemos en los libros. Y se marchó.

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