Universo de los Carnitivos y los Herboluros. De cuando Ubantu encontró al amor de su vida.

 Este relato lo hemos tenido que construir entre dos, mi compañero Jaime Gutiérrez de Calderón escribió la primera parte y yo la segunda. Por supuesto, tuvimos restricción en el número de palabras.


La densa niebla de la mañana comenzaba a desaparecer y sobre el horizonte tomaban forma las huestes de los Carnitivos. Habían pasado dos semanas desde que se había producido el rapto de Geniuru el anciano visionario que había conseguido, a través de sus inventos, establecer un frágil equilibrio de fuerzas entre su pueblo, los Herboluros y sus, antes, opresores vecinos.

El rey Urulu había llamado a las armas a todo su pueblo con la intención de recuperar al sabio consciente de que su simple desaparición era un drama, pero su inteligencia, puesta al servicio de los Carnitivos, les devolvería al estado de sumisión anterior.

A la llamada del rey, había respondido Ubantu con su unidad montada de triceratops. 

La tensión en la formación era cada vez mayor conscientes de que en cualquier momento se produciría la señal acordada para iniciar la carga y finalmente sonó el cuerno de Urulu y los heraldos agitaron los pendones.

Ubantu hincó sus espuelas en Atôm, su fiel montura, e inicio la marcha de su sección, al principio despacio, no es fácil desplazar toda la masa de un triceratops, pero al poco tiempo ya habían alcanzado la velocidad de carga que, con la inercia y sus potentes defensas, constituían una unidad esencial para abrir hueco en las líneas enemigas.

A los pocos minutos de chocar ambos ejércitos, las ordenadas formaciones iniciales se habían convertido en un amasijo de seres que luchaban por su vida en aras de un fin mayor. 

Ubantu estaba sorprendido por la facilidad con la que había traspasado las líneas enemigas y al girar su montura se dio cuenta de la razón. El ejercito carnitivo había centrado su objetivo en desmontar a Urulu de su enorme diplodocus y habían rodeado su unidad. Si el líder caía los herboluros no ofrecerían más resistencia. No podía permitirlo, así que inmediatamente dispuso a su unidad en punta y cargaron sobre los enemigos que estaban hostigando a Urulu y su guardia.

Parecía que la contienda se empezaba a decantar a favor de los herboluros cuando un escuadrón de pterodáctilos cargados con piedras cubrió el cielo sobre ellos. El efecto bombardeo al dejar caer las piedras causó estragos en las filas herbularias, hasta que las grandes ballestas y catapultas consiguieron dispersarlos. Todavía en su huída uno de los pterodáctilos dejo caer su contundente carga sobre la unidad montada de Urulu y la piedra, tras rebotar en el suelo, golpeó a Ubantu en la cabeza dejándole inconsciente a los pies de Atôm que desde ese momento dedicó todos sus esfuerzos a defender a su jinete y amigo de las embestidas y ataques que, en medio del fragor de la batalla, se sucedieron hasta que las tropas se disolvieron dejando un campo de batalla lleno de muertos y moribundos lamentos.

Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

Era noche cerrada, Ubantu se dio cuenta que había sobrevivido gracias a la protección de Atôm. Éste tenía algunas heridas y flechas clavadas, pero nada serio para un triceratops.


Notó una presencia a su espalda, se dio la vuelta justo a tiempo de ver cómo un tigre diente de sable se abalanzaba sobre él, lo esquivó con agilidad, pero el felino no estaba sólo. De un vistazo logró contar al menos otros tres.


Atôm se incorporó y los embistió, no estaban muertos, pero tardarían un momento en volver a la carga. El dinosaurio distrajo al primer tigre, el que parecía el líder, mientras Ubantu recuperaba su espada. 


Los otros tres depredadores, ya repuestos, atacaron a Atôm. Éste se giró a la vez que el macho alfa centró su atención en Ubantu que estaba descargando su espada sobre él. Demasiado tarde, el felino le dio un zarpazo y la espada saltó de sus manos. Ubantu miró al tigre a los ojos y vio cómo Atôm lo lanzaba por los aires en un vuelo incompatible con la vida. 


Era la segunda vez que Atôm le salvaba la vida aquel día. Se giraron hacia el resto de la manada que, al ver cómo había muerto su líder, emprendieron la huida.


Ubantu y Atôm les siguieron hasta Mauron, la fortaleza inexpugnable de los Carnitivos.


En un instante los tigres se volatilizaron. Ubantu al principio no se lo explicó, pero pronto se dio cuenta de que, en un recodo del muro, las piedras en conjunto con una hábil pintura creaban un efecto óptico que ocultaba un acceso.


El triceratops se quedó esperando mimetizado con hojas y tierra.


Cuando Ubantu se vio dentro, un sinfín de recuerdos se agolparon en su cabeza. Pocos sabían sobre su niñez y huida de Mauron pero gracias a esas dolorosas imágenes sabía cuál era el único lugar donde podían tener a Geniuru.


El sabio se alegró de verle, aunque no por las razones que él esperaba. En una mesa yacía una joven dama. Geniuru le urgió a salir de Mauron, necesitaba con premura una hierba fundamental para la pócima que le salvaría la vida.


Un triceratops con dos jinetes en su lomo corría veloz cortando la espesa niebla de la mañana.


Los ánimos entre los herboluros eran lúgubres. La batalla se había saldado con muchas bajas a este lado de la línea y los Carnitivos mantenían a Geniuru en su poder.


Tras la sorpresa inicial, los recién llegados al campamento recibieron una cálida bienvenida y el ambiente de fiesta no se hizo esperar. ¡Geniuru había sido liberado!


Satisfecho, el rey Uluru ordenó recoger. Saldrían de inmediato hacia su hogar, Safire.


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